Fotos: Janice Bryson
La vida en la residencial Santa Cruz es luminosa para Jenny Novoa y Eduardo Delgado. Lo es porque su departamento tiene unos ventanales geniales a través de los cuales entra el día y les permite moverse y vivir con claridad, y porque desde la azotea pueden llegar a ver el mar. Lo es también porque en la residencial ya conocen a sus vecinos y se saludan al pasar, y un saludo amigable tiene la capacidad de iluminarte el día. Pero, sobre todo, su vida es luminosa porque tienen a su hijo Amador: porque cuando el pequeño de 3 años llega del nido o se despierta de su siesta, es todo luz.


Desde que están juntos se han mudado bastante. Cinco veces en los últimos 4 años. Tanto movimiento no es extraño para Jenny: ella nació en Lima y apenas terminó el colegio se fue a Estados Unidos; al regresar al Perú vivió en el norte y en Cusco antes de instalarse nuevamente en Lima. Eduardo, por su lado, no había experimentado tantas mudanzas y se independizó entrados los 30 años. Después de vivir solos como pareja y luego con Amador en varios espacios, en el verano cumplirán 2 años desde que están aquí. “Yo siempre había tenido una mochila, nunca había tenido esto”, dice Jenny. “Un hogar”.
Es una familia distinta, que está dispuesta a hacer las cosas de otra manera y eso se nota. Está ella, que es instructora de Kundalini yoga y cocinera de alimentos crudiveganos -tiene una marca de «alimento vivo» que se llama Anna-; Jenny y su ropa fluida, su pañuelo en la cabeza y esa forma tan natural que tiene de hablar del universo. Y está él, realizador audiovisual y músico, director de la productora Blind Box y de otros proyectos, conectado siempre con el mar, en un proceso de redescubrimiento de conceptos como salud y nutrición, y felizmente inmerso en una forma distinta de crear una familia. Y entre los dos está el sensacional Amador: pelo debajo de la cintura que nunca le han cortado, ganas de conversar, de explorar, de tocar la guitarra y de pasear en scooter. Un niño de hermosos ojos expresivos.




Jenny cree en las vibraciones del universo. Cuando era chica y crecía en medio de una familia tradicional, cuestionaba muchos de los hábitos a su alrededor. Se preocupaba por la cantidad de plástico que consumían y la basura que producían, y se angustiaba cuando gran cantidad de comida se terminaba botando luego de algún almuerzo familiar. Ya entonces tenía el anhelo de hacer las cosas distintas cuando tuviera la oportunidad de decidir la forma de vida en su casa. “Y vibrando en esa frecuencia me uní a Eduardo. Al juntarnos los dos hemos formado esto que le queremos dar a Amador”, explica.
Cuando encontraron este departamento lo estaban usando como depósito. Ellos lo limpiaron y mas bien tratan de tener la menor cantidad posible de cosas, quieren quedarse con lo básico. “Como familia, lo que nos importa es que Amador sea feliz sin tener que seguir un paradigma”, asegura Jenny. “No queremos que piense que la línea del éxito es que termine de estudiar, tenga una carrera y se case… sino que él busque su camino por su intuición; que desarrolle su seguridad y su amor propio; que sienta que él mismo se basta para ser feliz, sin que deba tener todo lo externo”.
“Somos una familia bastarte sencilla: todo lo que usa Amador es heredado. Nuestra política es de zero waste: por ejemplo, en lugar de comprarle un tipi le hicimos esa casita con cartulinas pintadas. Unos amigos nos regalaron cojines y los tenemos en el piso de la sala en lugar de comprarnos un sofá. Estamos seguros de que podemos tener las mismas experiencias que cualquiera sin comprar más objetos. Cuando alguien nos pregunta qué puede regalarle a Amador o qué necesita, siempre le respondemos que lo invite al cine o que lo venga a visitar y a pasar un rato con él. No necesita cosas”.


Es en este depa donde Amador ha aprendido a hablar (¡y hoy no para!); aquí es donde está descubriendo su sentido de pertenencia. En este departamento los zapatos se dejan en la puerta y los almuerzos son veganos. Aquí dejaron de hacer colecho hace apenas unos meses, y hoy Amador tiene su propio cuarto con su linda cama Montessori de madera (aunque todavía se pasa algunas noches a la cama de sus papás). En el dormitorio de Jenny y Eduardo, todavía no saben qué van a poner en el espacio vacío que ha dejado la camita de Amador al lado de la suya. Las paredes están llenas de sus dibujos.
No tienen nana, así que se dividen el cuidado del pequeño. Cuando se queda en casa con Eduardo tocan la guitarra; cuando se queda con Jenny cocinan. Ella descubrió que estaba embarazada cuando estaba en el primer módulo de sus estudios para hacerse instructora de Kundalini yoga, así que todo el curso lo hizo con Amador en la panza. Se han ido a retiros de yoga con él muy chiquito, porteándolo. Jenny practica todos los días en la azotea, y Amador juega cerca, se echa encima de ella, o se mete entre sus piernas. A veces también extiende su mat y se estira al lado de mamá.
“Hice una especialización en yoga para niños. Es muy beneficioso para ellos porque así no se olvidan de su respiración. Además, los niños también se frustran y tienen malos días, y el yoga les ayuda a canalizar esa energía. No solo eso, sino que tienen mucha energía creativa y al vivir en la ciudad en espacios chicos, se desesperan. Al cantar los mantras comienzan a conectarse con su ser interior… Yo quisiera que Amador empiece a estudiarlo, pero no puedo enseñarle yo porque soy su mamá y no sería lo mismo”.


Eduardo corre tabla desde los 14 años. Jenny no sabía nadar, pero hace poco, con 31 años, decidió aprender a surfear y en la primera clase logró pararse sobre la tabla. Así que ahora correr tabla es un plan más que comparten en familia. A veces van a la playa solos o con otra pareja y Amador se queda en casa con alguna abuela; otras veces bajan con él y van turnándose entre la arena y las olas. Aunque en esas ocasiones no pueden meterse al agua juntos, igual es paja porque están los tres.
Tienen claro que están buscando un camino alternativo, más consciente y conectado, pero obviamente pasan por momentos de dudas y discrepancias. Es algo que le sucede a cualquier padre joven. O a cualquier padre, en general. Por ejemplo, Eduardo está pensando que es tiempo de cortarle el pelo a Amador porque siente que ya le interrumpe. Jenny le refuta que en la filosofía yóguica ni las mujeres ni los hombres se cortan el pelo porque ahí está toda su fuerza e historia, y no es un simple adorno. Quizá lo mejor sea que el propio Amador decida.
