Una casa viva

Fotos: Janice Bryson

Tenemos una obsesión con la durabilidad de las cosas. Con la permanencia. Dudamos en comprar algo porque no sabemos cuánto tiempo nos gustará; antes de hacernos de un lugar nuevo nos preguntamos si es que nos vemos viviendo ahí en 20 años. Pero esa no es una medida real ni justa porque la verdad es que ni siquiera el más organizado puede saber con exactitud qué pasará en los siguientes 12 meses. Y mucho menos alguien como Aileen Gavonel: artista plástica y ceramista cuya obra refleja inquietud y ganas de moverse. 

La energía vital nos invita a avanzar, pero a veces nos aferramos a los espacios. Por comodidad, por seguridad o por miedo. Eso le pasó a Aileen con TallerDosRíos, el proyecto que fundó junto a Javier Bravo de Rueda y que durante años funcionó en un pequeño ambiente con puerta a la calle Cajamarca en Barranco. Cuando el arrendador les avisó que ya iba a necesitar su espacio de vuelta, Aileen no lo quiso creer. No se imaginaba en otro lugar. Sin embargo, irse le ha demostrado algo importante: que TallerDosRíos puede funcionar donde sea que esté. 

Van a ser 8 meses desde que se mudó a la casa nueva. Instalarse es un proceso que aún no termina, pero este lugar no solo le ha dado un nuevo taller de cerámica -con patios, jardines y plantas- sino que ha ampliado su proyecto artístico y de vida. 

La casa es especial por varias razones. Primero, porque ha sido hogar y taller de otros artistas, como Gilda Mantilla, Claudia Salem y Aldo Chaparro. Segundo, porque está en una encantadora callecita de Chorrillos, casi casi en el malecón. Y tercero, por la casa misma: por esa antigüedad que aún conservan sus pisos originales, su altura y sus frisos; por la enorme buganvilia que cobija la mitad de la construcción; por la generosidad de sus dimensiones y por ese aire a casita de pueblo y de costa que a Aileen simplemente le encanta.

Inicialmente se mudó junto a su amiga Gabriela, una coach de Costa Rica que había decidido vivir una temporada en Lima, sobre todo para correr sus olas. Contagiada por ese espíritu aventurero, Aileen se entregó a rehacer su vida y su taller en el nuevo espacio. “Nos complementábamos: cocinábamos, a ella le gusta todo el tema de wellness y nutrición y hacíamos cerámica. Empezamos a correr tabla muy fuerte: nos levantábamos a las 6 de la mañana, tomábamos mate, bajábamos al mar… Y eso fue bravazo. Subíamos y seguíamos arreglando la casa”, cuenta Aileen. Pero algunas aventuras dependen de la temporada: cuando el invierno empezó, Gabriela se fue de Lima en búsqueda de olas con temperaturas más cálidas. “Me dijo ‘no la hago’”, se ríe Aileen. “Pero fácil vuelve en noviembre”. 

Habitar una casa es un reto. Es asumir un compromiso que, en este caso, es grande. Es una construcción de las primeras décadas del siglo pasado, así que le fallan cosas. Poner electricidad para que funcionen los hornos del taller de cerámica fue toda una gestión: Aileen se la pasó con los albañiles y en la municipalidad haciendo mil trámites. Pero a la par de la mudanza tenía que seguir produciendo, así que durante algún tiempo estuvo trabajando en los hornos y los talleres de amigos.

“Este cambio me obligó a detenerme. Me dije: ‘Aileen, para, replantea y pregúntate cómo quieres llevar las cosas de aquí en adelante’. Este espacio me ha dado tiempo para hacer mis cosas personales. La verdad es que al final estuvo bien salir del circuito barranquino: como Cajamarca es una calle tan transitada nos tocaban la puerta a cada rato clientes o gente que quería conocer el taller, o amigos que nos buscaban para conversar… ¡ya parecía un café cultural! No podía concentrarme. Aquí he vuelto a pensar en otras cosas… Este es un momento de mucho aprendizaje”.

La casa le dio ideas. Abrirla. Compartirla. Fundar una casa de artistas, algo que siempre había sido su sueño. Llegó la artista Frances Munar para montar su taller y luego llegó Gabriela Maskrey para poner la oficina de su estudio de diseño Te Mata. Por un tiempo surgió una dinámica de chicas hasta que Javier Bravo de Rueda volvió de Barcelona y ahora se acaba de incorporar a la casa. Por el momento solo vive Aileen en compañía de su perrita Pandora y su gato Magma; los demás solo vienen a trabajar, pero saben que si necesitan quedarse hay espacio. Todos aprovechan de alguna manera el taller de cerámica, exploran el barro, lo incluyen en sus distintos procesos creativos. “Lo rico de la casa es que te da espacio para pensar y también para profundizar”, asegura Aileen. 

Ha bautizado la casa como Casa Volcán, una casa de artistas, una estructura viva de creatividad en erupción. La cocina, la sala, los patios son espacios comunes que generan diálogos, intercambios. La gente se muestra sus trabajos, se piden opiniones. O se habla de cualquier otra cosa. “Se ha generado una pequeña comunidad”, explica Aileen. “Los fines de semana hacemos parrilladas con amigos que no se conocen entre sí. Una vez vinieron todos con sus mascotas y los perros estuvieron jugando. Es mostro eso”. 

Los códigos de convivencia son distintos. Naturalmente, no puede andar calata por su casa ni encerrarse en su cuarto o romper algo si ha tenido un pésimo día. Todo cambia cuando vives en comunidad, para la ceramista, es como vivir con una familia y por eso cuida mucho qué persona se unirá. Pero en el fondo le encanta estar con personas, y ahora que tiene más espacio puede hacerlo más. “No es que todo el tiempo estemos en el mismo lugar; la casa es grande y es más rico cuando está llena. Siento que le doy vida a la casa”, dice Aileen.

Pronto empezarán las residencias internacionales en Casa Volcán, cuando llegue una artista mexicana, algo con lo cual Aileen está muy entusiasmada. Aquí creó todas las piezas de su muestra Elementos Extraños, que inauguró en abril; aquí ha podido volver a dedicarse a leer y a escribir. Darle espacio para ordenar sus ideas es otro de los regalos que la casa le ha hecho. 

Encontró rastros de otros artistas y obviamente los ha dejado, como una ilustración de Amadeo Gonzáles hecha en una caja de luz, o la escultura de Claudia Salem semienterrada en el patio. Alguien dejó un cajón de madera que seguramente se usaba para transportar piezas pesadas y Aileen lo convirtió en la mesa de la sala. Tiene la idea de arreglar la entada lateral que va directamente al patio, de tal forma que la gente pueda llegar al taller sin tener que atravesar toda la casa. También están preparando un minihuerto, la zona de compost y un punto de reciclaje. 

“Sé que voy a quedarme una temporada. No lo he pensado mucho, pero supongo que en algún momento necesitaré otro lugar. Sin embargo, las cosas se han dado de tal manera que tengo que aprovechar esta circunstancia y vivir el momento; ya veremos qué pasa luego. Yo quiero que esta casa corra por si sola, que los artistas entren y salgan, que adentro se cuestionen cosas, que tenga un flujo paja. También me gustaría irme, hacer una maestría…. Yo viajo un montón pero sin querer esta casa ya se volvió un hogar”.  

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