Retrato hablado

Fotos: Hilda Melissa Holguín

La experiencia enseña que la convivencia no es sencilla. Ni siquiera ser amigos por años es garantía de que las cosas van a fluir. Compartir el espacio nunca será fácil porque todo se impregna de nuestros humores, ansiedades y necesidades, y dos personas no siempre van a estar en sintonía. Pero tener roommates tiene cosas positivas, y muchas: que disminuye la carga económica es la primera; poder compartir un momento en casa y tener un poco de apoyo cerca, siempre será reconfortante. 

La fotógrafa Hilda Melissa Holguín acaba de mudarse al departamento en el que la cantante Gabriela Gastelumendi (conocida como Gala Brie) vive desde hace dos años y medio. El proceso de mudanza e instalación ha demorado un par de meses, pero finalmente pueden decir que han instaurado ciertas dinámicas juntas. Gabriela ya ha pasado por algunas experiencias de convivencia en ese mismo depa: el edificio es de la mamá de una amiga, así que en un inicio mucha gente conocida ocupaba los otros departamentos; algunos se han ido, algunos quedan. Además de eso, Gabriela ha vivido con amigas: con la última la convivencia no funcionó y ella sintió la necesidad de vivir sola. “Fue increíble… Hasta que me quedé sin dinero”, cuenta Gabriela. “¿Quién podrá llenar este vacío en el hogar?, me pregunté”. La respuesta llegó un domingo mientras tomaba chelas con Hilda Melissa. 

Hilda vivía en un depa muy bonito en Barranco, pero la responsabilidad de pagar ese alquiler más el de su estudio fotográfico era fuerte. Por otro lado, le aburrió que el espacio fuera tan chico y que haga tanto calor en el verano, ya que la disposición de las ventanas no la protegía en ningún momento durante las tardes, mientras moría el sol. “Este lugar, en cambio, es bien oscuro y quizás antes no lo hubiera elegido”, dice Hilda sobre el depa que comparte con Gabriela. “Pero luego de vivir en un lugar tan expuesto a la luz todo el rato, me di cuenta de que eso no es tan chévere y que también necesito algo de oscuridad”. 

Hilda y Gabriela son amigas desde que tienen 16 y 18 años, respectivamente. Nunca habían considerado vivir juntas porque se reconocían como muy jóvenes y muy volubles. De hecho, se han peleado varias veces y en un par de oportunidades han dejado de hablarse durante meses. Pero ambas han madurado. “Igual le dije: Melissa, te pones loca y te vas”, se ríe Gabriela.

Ambas tienen horarios muy extraños que giran en torno a sus proyectos creativos. Gabriela está totalmente dedicada -junto a su productor musical Alejo León- a sacar adelante a Gala Brie: “posteo y contesto en mis redes sociales, hago afiches, busco conciertos en otras ciudades peruanas, busco auspicios, yo soy mi propia mánager”, cuenta. Es súper cachivachera, recicla todo: lava la basura y cuida los trapos. En el verano Gabriela se mudará a Los Ángeles: va a darle el encuentro a su novio, el ingeniero de sonido peruano Justin Moshkevich, que vive y trabaja allá. Ahora le toca a ella elegir entre sus cosas qué llevar y qué dejar, le toca a ella integrarse a un espacio ajeno. Quizás por eso es por lo que está disfrutando tanto estos últimos meses en su depita. 

Hilda Melissa siempre pone mucho cuidado en armar sus espacios: sus casas, sus cuartos, sus estudios y hasta sus sets. Tiene una estética que es un poco retro -o ciertamente nostálgica-, pero que también se alimenta de referentes pop contemporáneos, y del juego y el humor. Todo eso está en su trabajo como fotógrafa, pero también en los colores y las formas con los que se rodea. Está pensando en cambiarse de dormitorio cuando Gabriela se vaya, porque el de Gaby tiene una ventana más grande y vista a la calle. Sin embargo, la ligera penumbra de su cuarto tiene más que ver con el mood de sus objetos, con sus muebles antiguos restaurados y con los colores pasteles y dusty que siempre usa. Junto a su cama tiene dos fotos chiquitas de sus padres: de su papi, que murió hace 5 años, y de su mamá, cuando era reina de belleza. Quizás debería quedarse en ese cuarto. 

Hilda Melissa ha fotografiado las primeras diez casas de Ó S MO S I S: su mirada ha acompañado la formación de este proyecto, porque era necesario un lenguaje visual que contara una historia en paralelo a las palabras. “Cuando tengo que hacer un retrato trato de establecer un contacto real; leer a la gente y descubrir sus distintas personalidades me fascina, hay gente que me produce mucha curiosidad. Estar en el espacio personal del retratado influye mucho: su disposición es distinta a cuando te encuentras en un lugar desconocido. En su espacio cree tener más control… Pero la verdad es que yo siempre lo tengo”, bromea Hilda Melissa. Descubrir cómo vive la gente y verla en su entorno le ayuda a hacer un retrato más auténtico, aunque el vínculo sea fugaz.

“Mi mamá es bien controladora con los colores; mi papá podía dormir en una casa a medio destruirse y ni cuenta. Así que salí a mi mamá. El descuido me jode”, continúa Hilda. Ella es la menor de cuatro hermanos, y nació 7 años después. Sus papás estaban ya un poco mayores y un poquito cansados: por ejemplo, ella fue la única que tuvo nana. La experiencia de un hijo de familia extensa es distinta: desde pequeño tienes que saber que compartir es la regla, pero también tienes que aprender a crear tus propios y muy personales espacios aún dentro de una casa llena.

Su hermano mayor Fernando tiene discapacidad intelectual, así que de alguna manera -reflexiona Hilda- él siempre ha sido el menor. “Por eso sentía que me daban poca bola y paraba en mi mundo”, confiesa. Pero, a la vez, ella (como toda la familia) se involucraba mucho en las dinámicas con Fer. Ayudaba a su mamá a cuidarlo y le elegía los outfits a su hermano “con colores bravazos”. “Fer tiene costumbres fuera de lo común que desde siempre mi mamá nos enseñó a aceptar y a respetar. Todos teníamos que aguantar cositas sin chistar, por su condición. Y eso, sumado a mi desfase generacional, me puso siempre en un estado bien solitario y observador”, cuenta. En el auto no entraban todos, así que a Hilda siempre le tocó ir adelante sobre su mamá. No le gustaba, pero así era. En cambio, su habitación siempre fue ese lugar en el que podía hacer y deshacer, fantasear, gobernar y, por último, cerrar la puerta.

A Gabriela le gusta tener repartidos en casa símbolos de protección y buena surte de distintas culturas y religiones. También suele poner plantas en botellas y recipientes de vidrio, y esa costumbre le ha encantado a Hilda Melissa, aunque ella las trasplanta a macetas con tierra una vez que crecen y les pone nombres, como La mariscala y Alicia. Gaby es un poco alérgica, pero Hilda no puede vivir sin alfombras. La segunda compró un aerosol para empañar la ventana interior porque la vista al edificio contiguo no le gustaba, y Gaby aprovechó esa nueva atmósfera para grabar parte de su último videoclip en el depa. Finalmente, la prueba de fuego, la diferencia más grande entre una persona y otra: Gabriela solo había tenido perro e Hilda Melissa se iba a mudar con Yoko, su gato. “Yo estaba nerviosa, pensé que a los gatos no se les podía ni agarrar. ¡Cuando me di cuenta de que lo podía apachurrar como a mi perro, no lo podía creer!”, admite Gabriela. Los primeros días, Yoko se los pasó al ras del piso y debajo de los sofás, pero ahora ya anda a sus anchas. Gaby e Hilda suelen mandarse fotos de Yoko por Whatsapp en las poses más raras. 

Uno se imagina que vivir con una amiga es una eterna pijamada, pero es complicado empatar dos personalidades; y a veces simplemente no te provoca hablar con nadie. Hilda y Gabriela sienten que su vida sí tiene un gran feeling de pijamada, “pero lo matiza el hecho de que cada una tiene una vida de la que tiene que hacerse cargo”, explica Hilda. “Nos ponemos las pilas, yo a mi manera y ella a la suya, y nadie se mete”. Así, Gabriela se levanta bien temprano y hace mucho ejercicio, mientras Hilda se levanta más tarde y se acuesta temprano, porque necesita dormir más. A veces piden churros y ven pelis, y cuando una hace canchita siempre le deja un poco a la otra en la olla.

Gabriela le tiene mucho cariño de este lugar, es una suerte encontrar un espacio así de grande, que sea céntrico y que no sea caro. Además, este depa tiene una onda peculiar, con sus pepelmas y su columna en medio del comedor. “Así que hemos quedado que si, por cualquier razón, tiene que venir a vivir a Lima de nuevo, regresará acá”, dice Hilda Melissa. “Y esa es una promesa que no se la podría hacer cualquier otra persona”. 

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