Fotos: Hilda Melissa Holguín
Como diseñador de interiores, a Ignacio Martínez Argüello le ha tocado acompañar a mucha gente durante ese momento de tránsito que no solo es físico, es emocional y es, incluso, un espacio psicológico: la mudanza al lugar nuevo. Cambiar de barrio o de ciudad; dejar una casa para reducirse a un departamento más pequeño; o simplemente cambiarse de un sitio a otro con todo lo que eso conlleva. El trajín, el embalaje, el inventario, las pérdidas, la necesidad de soltar. Muchas veces a Ignacio le ha tocado escuchar esas preguntas: ¿Cómo puede caber todo de nuevo? ¿Cómo reordenarse, cómo hacer suyo este nuevo lugar? En resumen, ¿cómo volver a empezar?


Hoy ha debido responder esas preguntas mirándose al espejo. Hace cinco meses el diseñador argentino llegó al Perú: a su esposo Alejandro le salió una excelente oportunidad para su carrera en Lima, y ya que su trabajo como interiorista es más flexible, decidieron trasladarse, incluyendo a su perro Fermín. Ignacio no conocía Lima: vino en febrero solo para elegir el departamento que alquilarían. Luego volvió a Buenos Aires y tuvo un mes para organizarse: vender todo, hacer papeles, sacar los permisos de viaje para Fermín. En marzo vino definitivamente a Lima y empezó a instalarse en su nueva vida.
Es la primera vez que ha vivido fuera de su país. Al principio sufrió una especie de crisis profesional que lo llevó a cuestionarse todo. “Lo que yo hacía siempre era proyectando a futuro, ya sea para mí o para mis clientes”, explica Ignacio. “Pensaba en ellos a largo plazo, en que la familia crecería o en que eventualmente volverían a mudarse; la relación con mis clientes es duradera. Y de pronto, mudarme a otro país y tener que desprenderme de mis cosas me mostró que la carga emotiva que uno le pone a lo material quizás no es tan importante. Que incluso uno puede trasladar su hogar sin nada. Eso hizo que me pregunte si lo que yo estaba haciendo era algo superficial o cosmético”.

A medida que Ignacio reorganizaba su vida y la de Alejandro y Fermín, y volvían lentamente a construir una rutina que se sostenía sobre el nuevo hogar, fue solucionando estas dudas porque se dio cuenta de que la finalidad de su trabajo es mejorar la calidad de vida de los demás. “Y eso es importante donde uno esté, por más que sea por poco o por mucho tiempo”, asegura. La distancia, el viaje, le ha dado una nueva perspectiva.
La vista desde el departamento que encontraron en San Isidro es, sin duda, una de las más lindas de Lima. Lo que Ignacio quiso fue mantener su identidad como argentino y a la vez “hacer un homenaje al Perú que me estaba recibiendo”. Por eso el arte es principalmente de autores argentinos y peruanos. Hay un interés por el territorio amazónico (una hermosa tela shipibo-coniba, pintada a mano, es la pieza principal del comedor) y hay una mirada a la herencia asiática. Pero también hay tonos neutrales porque ha percibido que el cliente peruano es más conservador que el argentino; sin embargo, no le faltan toques de humor.

Propuso fotografiar el departamento de noche porque lo vive mucho así y la iluminación cumple un papel importante en el diseño. Tiene lámparas muy lindas y juega con una luz cálida. Ignacio come siempre en el comedor principal, no le gusta usar el de diario así coma solo. “Soy una persona formal dentro de todo, porque disfruto de las situaciones que se generan”, cuenta. “No tengo mucha vajilla -menos ahora- pero la que tengo es buena y la uso siempre. Creo que todo tiene que sentirse especial”. Ignacio escucha música en la sala (el living, como dice él), y también está mucho en el cuarto de la computadora, que es su oficina dentro de casa. Le gusta conocer personas nuevas e invitarlas a venir, se nota que es un excelente anfitrión.

Estar en un departamento alquilado supone varios retos. No puedes tirar abajo paredes o sacar puertas ni muebles empotrados. Pero la experiencia le ha enseñado que con poco puedes lograr mucho. Por ejemplo, poner el colorido y divertido papel Missoni en la entrada cambió totalmente el espacio y le da una onda retro. En el baño de visitas, como no podía sacar las mayólicas, lo que hizo fue pintar las paredes y el techo de color chocolate y poner una lámpara linda y vistosa. Descifrar qué hacer con la cocina es aún un desafío.
Su estilo personal es ecléctico: podría decirse que le gusta todo en la medida en que sea correcto, que esté justificado y que se sostenga más allá de una moda o una tendencia. Como diseñador escucha mucho al cliente, pero tiene una regla de oro: cuando las cosas dejan de ser funcionales y se vuelven puramente decorativas, pierden su propósito. “No hay que ser ecléctico porque sí, sino porque a uno le nace y le aporta cada objeto, sino es un rejunte de cosas sin sentido”, aconseja Ignacio. Y es que el eclecticismo (la reunión de varias ideas y tendencias) debería ser la suma de todos tus intereses: puede verse como el reflejo de una riqueza interior, de la curiosidad. A Ignacio y Alejandro les interesan muchas cosas: la música, el arte, el cine. Ignacio dibuja desde chico y en su sala se luce el primer óleo que ha pintado en el Perú.
Empezar de cero implica mucho más que conseguir una nueva casa. Ignacio resolvió la decoración del departamento muy rápido, ¿pero y lo demás? Se asoció a la DIPRAP (la Asociación de Diseñadores de Interiores del Perú) así como en Argentina es miembro de la DArA, y ya ha iniciado algunos proyectos aquí. Siente que este depa será su mejor carta de presentación.
Fermín lo obliga a salir a conocer la ciudad. Le gusta Lima, la encuentra parecida a Buenos Aires en muchos aspectos. Una vez a la semana tiene clases de papel maché y creatividad, un curso que nunca hubiera llevado en Argentina y que encontró de casualidad paseando por Barranco. También está estudiando francés y quiere empezar un curso de cerámica y otro de pintura. Cuando uno está enfrascado en la rutina, posterga cosas que no son urgentes pero sí importantes. Así que Ignacio ha decidido aprovechar este corte para desarrollar y descubrir otros intereses.


Su antiguo depa en el barrio de Núñez, en Buenos Aires, era distinto. Era luminoso, colorido, con tonos más vibrantes. Ignacio tenía un adorno en su mesa de noche, una miniatura de la Torre Eiffel que compró en su primer viaje a París y era simbólico, él consideraba que era su objeto favorito y que nunca se desharía de él. Sin embargo, no lo trajo a Lima. No podía traerlo todo y tuvo que escoger, desprenderse. Ahora piensa que ya no tiene un objeto favorito, sino que todo el conjunto funciona. Allá, en la Ciudad de la Furia, se divertía con el color y la carga de información; acá necesitaba otra cosa. Necesitaba un lugar que les dé paz, que los acoja, que los proteja de alguna forma. Y así se siente en su depa de Lima. De luces cálidas y colores tranquilos, donde poco a poco -y cada vez más- van rehaciendo el hogar.