Fotos por Hilda Melissa Holguín
Christian Duarte llegó al lugar conocido ahora como Callao Monumental en el 2015, cuando Casa Cor se llevó a cabo ahí y el Proyecto Fugaz atrajo los primeros restaurantes y tiendas de diseño en el área delimitada por la Plaza Matriz, la Fortaleza del Real Felipe, la Plaza Grau y el puerto. En aquel momento el director de arte se quedó algún tiempo tratando de sacar adelante una concept store que se llamaría Beatriz. Aunque el proyecto no prosperó, Christian pudo conocer a mucha gente de la comunidad y de la organización de Fugaz, y se quedó con la idea de que había una posibilidad maravillosa ahí.
El final de una relación –“que fue extraordinaria”, así la describe Christian- lo motivó a volver a empezar. Entonces se acordó del Callao. Sabía que parte del proyecto implicaba intercambiar espacios para vivir o trabajar a cambio de devolverle a la comunidad con talleres o puestos. Así terminó mudándose a la casa de tres pisos junto al hermoso edificio Ronald, en un conjunto de comienzos de 1900 que aún conserva muchos de sus materiales originales. Puede decirse que esta experiencia ha sido un descubrimiento total para el nuevo ocupante.




“En mi día a día me toca diseñar una tienda, un restaurante, una colección de ropa, hacer fotos… Y me levanto y acuesto feliz pensando en eso”, cuenta Christian. “Pero a veces me pregunto qué hago. O sea, ¿realmente qué estoy haciendo más allá de lo estético? El diseño lo que me da es la oportunidad de contar una historia con identidad. Uno de los problemas más grandes que tenemos en el Perú es que no apreciamos nuestra identidad, porque el saber quiénes somos es lo que nos va a permitir llegar más lejos”.
Techos altos, pisos originales, cuartos amplios, balcones. Vivir en esta casa es un privilegio. Pero Christian dudó: pensaba en la distancia, en la inseguridad. Y es que, finalmente, venir al Callao lo ha enfrentado a sus propios prejuicios, esos mismos prejuicios que él, de manera consciente, busca romper en su discurso como director de arte, investigador y sobre todo como profesor en institutos y universidades. Entonces este lugar lo ha interpelado. Y eso es importante. “Es verdad. De alguna manera este discurso en un proceso creativo -maravilloso y romántico- suena poético cuando lo proyectas en editoriales, fotos y puestas en escena que hacen que la gente se conmueva. Pero en realidad cuando yo llegué, sentí que algunas cosas no estaban siendo tan ciertas”, explica. “Encontré que tenía muchos prejuicios e ideas en mi mente, y que iba a tener que aprender a lidiar con ellos, aprender a ser más coherente”.
“Una parte de mi familia es del Callao, y por más de que yo haya vivido en Nueva York y haya estudiado en Parsons, NYU y Columbia, lo que más ha forjado mi identidad es mi relación con mi abuelo: un señor chalaco, un obrero, un hombre con una bondad maravillosa. A medida que pasa el tiempo me doy cuenta de que lo que ha prevalecido es él; él y mi abuela siempre serán para mí las figuras más grandes de inspiración, el saber de dónde vine y de dónde soy”.





Estaba en Estudios Generales en la Universidad de Lima cuando se enteró quién era su padre. Con 20 años dejó la universidad y viajó a Nueva York para conocerlo. Cuántas emociones juntas para alguien tan joven. No solo estar frente a su papá por primera vez, también dejar su hogar, su ciudad: llegar a la casa de una tía que no conocía, descubrir lugares que había visto solo por televisión, como Soho o Tribeca, y luego encontrarse con los hiphoperos en la calle, con la cultura de los latinos. Después de un tiempo su padre le recomendó que regrese al Perú y termine de estudiar. Él decidió quedarse por su cuenta. Vivió 12 años en Nueva York.
“Recuerdo que me senté en una banca con mis cosas y me dije ‘Voy a buscar un trabajo, como lo hace todo el mundo, y voy a empezar de cero’. Allá tenía la oportunidad de encontrarme a mí mismo, de ver de todo. Al día siguiente encontré trabajo en un supermercado y estaba feliz”, cuenta Christian. En los 12 años que siguieron pudo estudiar distintas cosas (Marketing de Modas y Cine, que no terminó, y varios talleres de Diseño, Modas e Historia del Arte), pero asegura que lo que más lo “ha hecho” es la gente: “El jamaiquino, el gringo, el puertorriqueño, el chino, el italiano, el venezolano… El que empieza de cero. Ahí aprendes de todo”.
A sus alumnos los saca a la calle. Los lleva a desfiles y a sesiones de fotos, hace que participen en sus proyectos, que lo asistan. “Cada uno debe ser genuino con lo que es. Yo he aprendido a hacer lo que me gusta, a aceptar lo que quiero hacer, y eso es lo que enseño”, dice Christian.






Puede ser que como parte de este nuevo inicio haya querido rodearse solo con lo esencial. También es verdad que ya desde hace algún tiempo ha ido deshaciéndose de lo que solía ser una colección grande de objetos, antigüedades, arte y ropa. Las ha regalado o vendido, y también se las han robado. Asegura que está aprendiendo a que “lo que tenemos es lo que necesitamos”. En esta casa hizo un primer ejercicio: para el repostero que necesitaba en el comedor, agarró una tabla de madera, la partió en cuatro, usó macetas como parantes y ladrillos entre tabla y tabla, y armó con todo eso un mueble que es su favorito y que le parece escultural, le encanta.
En el comedor raspó las paredes y se quedó con lo que había debajo. Tiene pocos muebles pero algunos tienen historias tan bacanes como el aparador que consiguió en el mercado de Surquillo y que fue un gabinete de dentista de 1890; o como el archivador vencido que usa como librero. Unas telas que compró para una sesión de fotos en estudio, las ha reusado como las cortinas de su salón.





Su dormitorio está en la planta superior. Ahí tiene una cama baja, un tocador y una banca. A un lado, un árbol se estira hasta el techo en medio del clóset, con un par de racks donde cuelga la ropa que más usa (el resto de ropa la tiene en el cuarto de invitados). “Ya la casa es bastante, no quiero poner nada que compita con ella”, asegura Christian. “Es una casa tan linda, tan bonita. Esta casa solo necesita ser vivida”.
“Me alimenta a diario. Me da esta vista, me da luz; la madera y las losetas tienen sus propios ruidos, y a la vez el ruido de la ciudad entra a la casa; en cada habitación no hay momento en que no escuche una canción o vea un cuadro, esta casa es inspiración”.





La nuestra es una sociedad con una visión segmentada y conceptos dudosos sobre calidad de vida: todo el mundo quiere vivir en aquellos barrios asociados a una mejor situación social. Surgen términos rarísimos como “Linsidro” o “Mirasidro” y se disparan los precios del metro cuadrado en departamentos cada vez más pequeños. Mientras tanto, en otros puntos de la ciudad aún pueden encontrarse espacios distintos, quizá más amplios, quizá mejores. “Una de las cosas que me gustó de mudarme acá fue descentralizarme. ¿Por qué todo tiene que pasar en Lima? ¿Y por qué en Lima todo pasa en Miraflores o en San Isidro? Todos los diseñadores son los mismos, todos los artistas son los mismos, ¿por qué no podemos tener gente de otros lugares? Deberíamos tomar todos los barrios”, dice Christian.
El taller que dicta en Callao Monumental tiene que ver con la Comunicación de Modas y cómo podemos usarla para mejorar. Mediante la indumentaria puedes transmitir conceptos e historias, asegura Christian. Le pregunta a la gente que va al taller qué consume y qué cree que debería consumir, y él mismo le responde: Lo que te haga sentir mejor. “Los patrones de belleza han cambiado, y si no tienen que ver contigo, no los consumas”, agrega.

“Muchas veces tratamos de mostrar una imagen que no existe. Sí podemos trabajar nuestra imagen, pero tiene que salir de nuestro interior”. Y en esa búsqueda, en este momento de su vida, es el reflejo de su propia imagen lo que Christian encuentra en cada rincón.
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