Cambiar para bien

Fotos: Hilda Melissa Holguín

Cuando Mariana Otero y Yerko Zlatar regresaron a Lima después de haber vivido varios años en Cuzco, necesitaron un espacio de tránsito entre esos dos momentos. En Cuzco vivían en una casita rústica y encantadora: en Lima consiguieron una casa que quedaba atrás de la calle Cajamarca, en la plaza San Francisco, en esa zona barranquina que aún guarda un carácter tradicional y de barrio. La casa tenía una reja, un patio y los domingos podía escucharse la misa de la iglesia. Se sentían en un pueblito y así no les chocó tanto el regreso. Tiempo después surgió la posibilidad de comprar algo en Miraflores, pero ese sí era un departamento clásico en un edificio típico de Lima. Se dijeron, “chévere, el depa propio, ¿pero ahora qué hacemos?”.

Lo que hicieron fue transformarlo con detalles puntuales pero significativos. Enchaparon la pared principal en ladrillo rococho, cambiaron los pisos y pusieron madera, y llenaron el lugar de plantas. Necesitaban hacerlo más acogedor y que, de alguna manera, no se sienta tan urbano. “Nosotros queremos que en nuestro espacio puedas sentarte y estar relajado; nunca nos han gustado los lugares ostentosos y elegantes”, explica Yerko. Y ese es un poco el espíritu de Puna Estudio, el estudio de diseño ambos dirigen.  

Lo que hacen con el estudio y lo que venden en la tienda Puna no necesariamente se refleja en la forma en que esta pareja vive. Puna tiene una personalidad que podría definirse como la suma de los intereses de ambos, pero para Mariana, “vemos tanto las cosas que hacemos en el estudio y en la tienda que en nuestro propio depa busco algo distinto”. Yerko, por su lado, cree que Puna es “una alucinada de lo que sería paja para los demás o incluso para nosotros mismos”, pero entiende que se les hace difícil ponerlo en práctica 100% en su propia casa.

La investigación del estudio sí puede rastrearse hasta su espacio más privado. Mariana, diseñadora de interiores, y Yerko, diseñador gráfico y artista plástico, viajan bastante y cuando lo hacen compran cosas que les gustan y les interesan. Por ejemplo, de su reciente viaje a Marruecos se trajeron un puff, alfombras y otros objetos tejidos; cuando están fuera buscan tiendas parecidas a su onda, que los inspiran. Mucha de la decoración de su casa la han ido recopilando en viajes y terminan siendo referencias para Puna.

La sala está llena de libros y de discos. Todo el tiempo están poniendo música, y de hecho a Yerko le gusta hacer música como hueveando con su guitarra, pedales y maquinitas raras. Visto de esa manera, todas esas cosas que alimentan a Puna están aquí, en su depa. 

A veces se quedan con prototipos de diseños, como la mesa doble de madera reciclada en forma de lágrima que presentaron en Casacor 2013. También tienen arte heredado, como la intrigante serigrafía en arena de Ricardo Wiesse. Y por supuesto, piezas que significan mucho más que el placer visual, como las dos serigrafías de Juan Javier Salazar, gran artista peruano que falleció demasiado temprano, y que era amigo de Yerko. 

Antes tenían en su sala unos afiches de Puna pero ya los han reemplazado. En la sala está colgado uno de los collages en formato mediano de Yerko, pero Mariana ya quiere cambiarlo: “Es lo que te digo: Yerko ahorita está pintando, y él hace tiempo que no pintaba. Eso es lo que quiero tener acá”.  

Quizás ese sea el tema de fondo. Si eres un diseñador o un artista y pones tu silla o tu cuadro en tu casa, en tu espacio, cuando la dejas de fabricar o cuando evolucionas en tu creación puede suceder que ya no quieras ver lo pasado, que te sientas disconforme o que ya no te represente. Puede pasar que quieras experimentar solo lo nuevo, lo último de tu producción. Es un rollo eterno. Lo demuestra el departamento de Mariana y Yerko, que siempre está cambiando y que para ellos nunca está terminado. 

Ella no le agarra mucho feeling a las cosas, pero él sí. Señala un baúl con ruedas que era parte de la primera tienda Puna en Cuzco, y que compró en un baratillo: no quiere deshacerse de ella. Mariana ha cambiado las sillas del comedor como tres veces. “Se malea, ¡cuando empiezo a acostumbrarme a algo, lo cambia!”, bromea Yerko. 

A todos nos pasa: nuestro entorno va cambiando según lo que vamos viviendo y el momento en el que estamos. Y uno de los cambios más grandes es que llegue un hijo. No solo en cuanto a espacio, muebles y objetos, sino a la importancia que estás dispuesto a darle a la estética frente a la funcionalidad. A Mariana y Yerko les pasó con el nacimiento de Minna. La oficina de Yerko se convirtió en su habitación así que tuvo que montar un escritorio en el comedor; cuando empezó a caminar cambiaron la mesa cuadrada que tenían por una redonda para que no se golpee con las puntas. Por otro lado, se llenaron de cosas que al comienzo eran disruptivas, pero que luego se hicieron de un lugar: la silla de comer de Minna, por ejemplo, estaba ahí y les molestaba pero ahora que ya no la necesitan y la han sacado, sienten un vacío. 

“Siempre pienso que en mi próximo espacio sí voy a estar satisfecha”, reflexiona Mariana. “Yo sueño con mi casa, una de esas construcciones antiguas que por fuera no parecen nada pero que cuando entras son bravazas… Los interiores me los imagino bien a lo japonés de los años setenta, con pocas cosas… ¡La tengo clara!”, se ríe Mariana. La inquietud es parte de su forma de ser y hasta podría decirse que es lo que empuja a ambos a crear: a sacar más colecciones, buscar colaboraciones, abrir una nueva tienda, vender sus diseños a un mercado internacional. “Voy a ser feliz cuando tenga mi casa con mi jardín, un horno de barro, un par de gatos y hasta un perro, no sé”, añade ella. Y en ese transcurso, seguro van a seguir cambiando.  

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