Fotos: Hilda Melissa Holguín
Gianfranco Loli es un chico distinto. Sus proyectos como interiorista están llenos de color, detalles y texturas, pero él viste muy simple y casi siempre de negro; usa dos autos: uno es el funcional y el otro es un maravilloso Volvo de 1973 que procura mantener con piezas originales. Tiene treintaipocos pero el arte, el diseño y la arquitectura que más le interesan están llenos de historia.
Desde hace un tiempo pasa por un proceso de autoanálisis para determinar quién es y qué lo separa de los otros interioristas a su alrededor. “Y creo que está en la mezcla”, adelanta Gianfranco. En el uso de elementos de distintas épocas, pero a través de una mirada contemporánea.

Combinar cosas le es fácil, lo que le gusta es reunir estilos y tiempos: arma espacios llenos de muebles y adornos que a pesar de eso no se sienten atiborrados, solo generosos, exuberantes, incluso con cierto riesgo. “No le entro al minimalismo, no la hago. No me aporta”, dice tajante. Y es que cada vez se consolida más esa mirada suya a la que sencillamente le gustan -le encantan- los objetos. En su propio departamento se nota.
Hace un año llegó a este edificio nuevo después de vivir un buen tiempo en un departamento de los años cincuenta. Eligió este lugar por motivos prácticos, no por feeling. De hecho, la arquitectura no le termina de encantar. “Las cosas que he traído aquí son las que dan espíritu a los ambientes, porque el espacio en sí no me dice nada. Mi lugar ideal es mucho más vivido: que cruja el piso, un poquito de polvo, esas cositas románticas me encantan. Este no es mi espacio ideal pero no puedo ser engreído”. Y como no lo es, asumió el reto de sentirse cómodo, de hacerlo suyo.

En este departamento no solo vive con su novio, el artista plástico Juan Carlos Ortiz, también ha montado su oficina de arquitectura de interiores. Lo que debió ser el dormitorio principal se ha convertido en el ambiente donde Gianfranco trabaja con tres diseñadores. Además, recibe a algunos clientes en su sala. Juan Carlos también tiene un taller de pintura en el departamento. “Todos trabajamos, todos creamos aquí, pero cada uno tiene su espacio”, explica Gianfranco.


En su propio departamento se permite experimentar. Tiene muebles con volumen y superficies ricas, como el terciopelo: hay bastante influencia asiática, como lo demuestra el biombo pintado con motivos japoneses. Gianfranco aprecia mucho la marquetería, el labrado en madera, así como no teme a piezas contemporáneas en cerámica o en acabados metálicos. Últimamente ha incorporado a esta combinación una onda peruana que le llama mucho la atención. Tiene piezas coloniales (como un tenebrario: un gran candelabro de quince velas y más de dos metros) y textiles hechos con técnicas artesanales. “Creo que estoy afinando un tipo de lenguaje”, dice frente a su colección.


Cada vez que se mudan lo hacen a un departamento más grande. Han pasado de 85 m² a 120 m², y ahora ocupan 170 m². Entonces, en lugar de ir haciendo una curadoría de lo que ya tienen, con cada mudanza han encontrado más espacios en blanco. Y eso a Gianfranco le estresa. Así que cada nuevo hogar ha necesitado más objetos. “Ya no sé qué va a pasar con el siguiente depa”, dice Gianfranco, medio en broma, medio con susto.
Encuentra sus muebles y adornos en el Mercado de Pulgas que se organiza una vez al año en el Puericultorio, y le encanta visitar anticuarios (aunque muchos son carísimos, dice). Cada vez que tiene la oportunidad visita a Mari Solari en su tienda de artesanías Las Pallas, y se toma un café con ella. Mantiene unos contactos de anticuarios en Cusco, y conoce unos huecos en Miraflores. Y así va creciendo su colección.
¿Qué hay en estas piezas que le atrae tanto? “Trabajo manual que se ve”, responde Gianfranco. “Una silla minimalista me suena a que salió de una máquina, de una producción, no me dice nada, la siento superfría. Me gustan los objetos con historia, que puedan tener hasta fallas, pero así los valoro mucho más. Me pasa también con el arte. Prefiero la pintura más figurativa, en la que se nota el trabajo de quien la ha estado pintando”.
Y el departamento está lleno de arte. Tienen piezas de Julia Codesido, Camilo Blas y José Sabogal; el indigenismo es una corriente que tanto Gianfranco como Juan Carlos admiran. También tienen piezas contemporáneas de Sergio Fernández, Mateo Liébana, Gerardo Chávez y Gam Klutier. “No tenemos de Juan Carlos ¿puedes creerlo? Es que todo se va, preferimos venderlo, ¡hay que pagar las cuentas primero!”.

Todos estos objetos han llegado con una carga: con historia, con años, con energía. ¿Cómo sostenerla de tal manera que no domine todo el espacio? Porque la gente tiene que poder vivir de manera funcional y tiene que poder vivir su tiempo. “Es verdad, una casa no es un museo”, está de acuerdo Gianfranco. “Se consigue con equilibrio. Aquí no hay una pieza dominante que mate a las demás. Proporción, tamaño, composición: están todas equilibradas, no hay algo denso que te dé mala vibra, o que sientas que te tienes que arrodillar”.

“Mi misión como diseñador es tener un propio lenguaje. Y eso se va afinando con el tiempo”, continúa Gianfranco. “Yo no veo tendencias; el espacio te dice qué hacer y también, por supuesto, el brief del cliente. Y tu lenguaje propio. Si no, ¿quién decora los espacios? ¿Pinterest?”.