Fotos: Hilda Melissa Holguín
“Necesito rodearme de cosas que reflejen lo que aspiro de la vida; cosas que me hagan sentir que estoy consiguiendo la vida que soñé en algún momento, aunque de repente no la tenga todavía”. Pamela Romero está sentada sobre la alfombra de su sala, con las piernas cruzadas, sin zapatos, el pelo suelto. “¿Por qué esperar a ser la persona en la que me quiero convertir si puedo crear desde ya ese espacio, pensando en lo que quiero ser en el futuro? Es algo que vas construyendo; no es mágico, obviamente no sale de la nada, pero tu entorno te ayuda a creerte tu historia”.

Ha pasado toda la mañana en reuniones de trabajo. Pamela es una de las relacionistas públicas más requeridas de Lima y su agencia Hello PRW suele encontrarse en medio de campañas y eventos de marcas relacionadas a un estilo de vida de lujo, que ella llama “el mundo soft”. Pero cuando Pamela llegó a Lima desde Cuzco para estudiar Economía en la Universidad del Pacífico, se suponía que lo suyo sería “el mundo hard”: “Ese mundo de la economía, la política, las finanzas… Era el reflejo de la idea que yo quería para mi vida”, explica. “Cuando uno tiene 16 años y escoge algo tan serio y tan prometedor lo único que te dice eso es que se trata de alguien ambicioso, que se quiere asegurar de que le vaya bien”. Así era ella. Esa temprana ambición se mantiene, aunque se haya transformado.
Pamela se preparaba para una vida seria, enfocada y segura, pero disfrutaba de otras cosas: del diseño, la moda, el arte y la gastronomía, y en el fondo quería vivir inmersa en ese mundo placentero y creativo. Ese deseo acompaña cada decisión de su agencia -pues la ayuda a conectar con otros entusiastas como ella- y se ve condensado en su pequeño dúplex de San Isidro.


Tiene pocos objetos a la vista, pero todos significan algo. Antes de que Marie Kondo se pusiera de moda Pamela ya pasaba por un proceso de depuración personal: tenía un montón de revistas, de ropa, de cosas que le gustaban, le quedaban y le servían, pero ella sabía que no las necesitaba y que debía desprenderse.
SUPERFICIAL. Su agencia es boutique, sus clientes son de lujo, y los eventos y productos con los que trabaja son exclusivos. SUPERFICIAL. Cuando aún estaba en la universidad le preocupaba que otras personas pensaran mal de ella porque le gustaba la ropa, ir a cocteles, ver las fotos de sociales, y eso demoró su decisión de dedicarse a las relaciones públicas. “Era un prejuicio que yo misma tenía; me sentía mal, muy acusada socialmente”, recuerda. SUPERFICIAL, dicen las letras de neón del artista Daniel Torres Calderón que Pamela ha instalado en medio de su departamento, como una ironía, un recordatorio y un ancla a tierra.



Su habitación ocupa toda la planta superior del dúplex. Es un dormitorio amplio, donde tiene su clóset y un pequeño escritorio. Sus momentos más analíticos, donde traza estrategias para sus clientes, son en su oficina; pero los momentos de inspiración ocurren aquí: en su escritorio, desde su iPad.
Pamela tiene una manera muy particular de ser ordenada y sobre todo de organizar sus hábitos. Es sorprendente. Sobre su escritorio pueden verse unos post-it de colores con los que lleva la cuenta de los días que corrió, que fue al entrenamiento funcional o que hizo yoga; su clóset está muy bien dividido en estaciones y colores, además tiene dos grandes canastas en donde van sus zapatos más relajados y los de salidas. Afuera del armario tiene un par de percheros donde deja preparada la ropa que va a utilizar para los cocteles, eventos y reuniones de la semana. Así no tiene que perder tiempo a la hora de vestirse.



El mundo de los medios de comunicación le apasiona y las revistas ocupan un lugar protagónico en su departamento. En la pared principal de la sala ha puesto un revistero donde tiene los últimos números de sus favoritas, como Monocle, Apartamento, Kinfolk y Vogue. No tiene revistas apiladas, sino que se queda con el número vigente y las más antiguas las va regalando. “Uno tiene que compartir lo que le gusta”, dice.
La primera vez que viajó a Londres fue por estudios, y se quedó impactada con la ciudad. Al regresar a Lima se trajo la edición Icons de Harper’s Bazaar. No quería botarla porque más que el contenido, la revista se había convertido en un recuerdo. Así que deshojó con cuidado el editorial de fotos, lo enmarcó en acrílico e hizo una composición en su sala.
Pasa todo el día rodeada de productos e imágenes lindas, “que pueden confundirte, pueden hacer que pienses que la gente vale por eso, y no quiero”, confiesa. “Por eso constantemente tengo que aterrizarme y repetirme que esto no es Lima, no es la vida. Necesitas realidad”.
“Este cambio que hice no fue fácil para mí. Yo no tenía un estilo de vida de revistas. Simplemente me quería subir a un barco que sentía que no me pertenecía. Y lo que percibía a mi alrededor era la pregunta ‘¿qué hace esta chica que viene de provincia tratando de colocarse y de disfrutar en Lima de un mundo que aparentemente no le corresponde?’”. Y es que esta puede ser una ciudad hostil por las distinciones que hace, por el clasismo, por las argollas. Además, no es fácil ser la chica nueva. Pamela confiesa que no la pasó bien en la universidad, se sentía fuera de lugar. “Tenía que estudiar más de lo normal porque el nivel académico con el que llegué no era correcto para la Pacífico; tuve que ajustar económicamente porque Cuzco y Lima son ciudades que cuestan completamente distinto; y encima tenía trabas a nivel social porque no conocía gente, los grupos eran bastante cerrados y a veces me preguntaba ¿qué estoy haciendo?”.

A pesar de lo ecuánime que ha sido al momento de definir qué quiere en su vida, y con todo lo ordenada y estructurada que es, Pamela también se permite gestos de espontaneidad que se perciben como pequeños e íntimos actos de rebeldía y satisfacción. Tiene, por ejemplo, una pieza de la artista Anacé Izquierdo: un bolso Prada pero de mercado, que le divierte.
Un día descubrió en Barranco un grafiti firmado por Osin que le encantó: tomó una foto y preguntó en redes si alguien conocía al artista. Él mismo le respondió y a ella se le ocurrió invitarlo a que intervenga su depa: “No quería que fuese un espacio perfectito o todo fancy, quería algo de disrupción. Cuando me vaya de aquí podré llevarme todo, pero este dibujo se va a quedar. Siempre va a ser un momento mío con este espacio mientras esté aquí”. Una forma de agradecer el lugar en el que está, sin tomárselo tan en serio.