Fotos: Hilda Melissa Holguín
Sabía que quería una casa y que encontrarla en Miraflores no iba a ser fácil ni barato. Siguiendo un letrero de alquiler, Sara Vílchez llegó a una que estaba muy deteriorada: las paredes estaban pintadas de amarillo y las ventanas tenían cortinas pesadas que tapaban la luz. Sin embargo, la casa de los años cincuenta conservaba los pisos de madera originales en la mayoría de las habitaciones, así como mosaicos en los peldaños de las escaleras y un vitral en el descanso. Sara sentía que no le habían puesto cariño en mucho tiempo, pero presentía que podía ser bonita. Así que la tomó.

Que la casa sea un poco oscura hizo que dude antes de alquilarla; lo cierto es que esa mezcla de momentos luminosos con otros más apagados hace que el lugar tenga una atmósfera muy especial que se siente desde un inicio.
Tenía un gran motivo para dejar su departamento anterior y buscar una casa: su hijo Salvador. Por falta de espacio su taller de confecciones funcionaba en la casa de su madre; Sara solía ir y venir del taller, además del tiempo fuera que su trabajo como directora de arte y stylist le demanda. Pero Salva ya es adolescente y necesita una combinación compleja de independencia y autoridad. “Yo trabajo un montón; me meto en todas las chambas que puedo”, explica Sara. Ella lo ha criado sola, siempre han sido los dos. “Así que necesitaba que mi tiempo sea más eficiente y poder estar más pendiente de él, viendo que hace, que no. Soy bien pesada”, sonríe. La casa nueva le ha permitido montar su taller en el garaje, y pasar la mayoría de las tardes cerca a Salva.


La casa tiene sus horarios. Por la mañana, la luz entra por el patio: uno de esos patios pequeños que han quedado escondidos entre los edificios de Lima, mirando al cielo. Por la tarde, el sol muere en la ventana de la sala. Al moverse la luz, la otra parte de la casa puede quedar más en penumbra, pero eso también tiene su encanto. La vida está hecha de luces y de sombras. Sara combatió la oscuridad pintando todo de blanco.
Su dormitorio es la única habitación de la casa que recibe luz todo el día, gracias al balcón. Es su lugar favorito. Todas las mañanas se levanta con la vista (y los sonidos) de San Antonio, un barrio que le encanta porque le recuerda a su niñez y a su juventud en sus calles y parques.

Los muebles que vinieron con la casa no le gustaban y se deshizo de todo. Lo reemplazó con lo que ya tenía: pero como llegaba de un departamento obviamente le sobraba espacio. Ella encuentra mucho en lugares como Emaús y Surquillo, tiene regalos de amigos y también es cosa de suerte.
Su amigo el artista y diseñador Neil Gayoso le había dado la tapa de una caja grande de madera para usar como mesa de centro, pero le faltaba una base. Sara estaba en un taxi y pasó frente a un restaurante que recién estaba inaugurando, y que había desechado un soporte de madera prensada que había sido de alguna máquina. Al ojo nomás calculó que era del tamaño perfecto. Le pidió al taxi que pare para recogerlo y lo llevó consigo. El cálculo no le falló. Considera que las mesas de centro tienen que ser especiales.

En algún momento diseñó una línea de piezas home con la que hacía mesas y bancas de onda industrial y tiene de eso en su casa. También tiene muchos muebles vintage y de segunda. Por ejemplo, encontró en un mercadillo una consola mid century de madera y cajones de cuero. “Estaba muy maltratada, me costó como 40 soles”, cuenta Sara. La estructura de cedro estaba bien, pero la madera de los cajones estaba picada por completo. Pidió a los chicos que trabajan en su taller que le consigan madera y la llevó a un carpintero para reemplazarla. El cuerpo, aunque está un poco rayado, lo dejó tal como está y se ve muy bien. “Prefiero mil veces comprar un mueble y arreglarlo que comprarlo en una tienda por departamentos”.

Tiene arte de Neil Gayoso, de José Vera, de Gonzalo Miñano, que han sido regalos. También tiene muchos libros que ha ido comprando.
“Es importante para mí como se ve mi espacio, pero no es que yo diga “quiero que mi casa sea art decó” o algo así”, explica Sara. “Es como cuando hago un styling y armo looks con las cosas que me gustan, sin importar que una pieza sea de cuadros y la otra de puntos, o que no haya un estilo específico. No hay un solo estilo que me representa, es lo que me gusta y ya”.


Sara es diseñadora de profesión, y en su taller produce ropa para distintas marcas. Algunas llegan a ella con ficha técnica y otras simplemente con una idea que ella ayuda a desarrollar. “No estoy haciendo nada mío, pero creo que ya llegó el momento”, dice. Espacio tiene. Luz también.