Palabras: Romina Herrán / Fotos: Hilda Melissa Holguín
Amor. Esa fue la razón que hizo que Catalina De Feo, publicista y fotógrafa argentina, se trasladara a Lima en el 2016. Mientras estudiaba en Barcelona había conocido a su ahora esposo Juan Martín y mantuvo una relación a distancia con él. Este departamento, en el sexto piso de un edificio en Miraflores, es el segundo que comparte la pareja desde que ella se mudó a Perú.





“Apareció como caído del cielo ¿Viste cuando intencionás todo lo que querés?”, reflexiona Cata sobre el depa. La pareja quería un apartamento con dos cuartos y dos baños, una sala para ver la televisión, una terraza y vista al mar. Ese, el mar, era su mayor deseo. “Vivo hace tiempo en Lima y es de lo más lindo que tiene. Tenía muchas ganas de vivir en un espacio así”, recuerda.
La estética “casa de playa” es lo que guió a Catalina para la decoración del dúplex. En su sala, para lograr un look fresco, optó por tonalidades neutras. En este ambiente destacan un par de sus fotografías, una imagen de hojas verdes y otra de árboles en blanco y negro. “Tengo una casa de verano en Punta del Este, Uruguay, y esos son los pinos que veo cuando me tiro en el jardín. Es mi lugar de paz”, explica.
Además, en la sala hay un lienzo bordado y una pintura de la flor de loto, hechos por ella. También se pueden ver piezas que trae de sus viajes, como el cuadro del tigre de Madre de Dios y la cebra de madera de Egipto, adonde se fue de luna de miel; un par de puffs de cuero, herencia de la abuela y la tía abuela de su marido; y la tabla de surf de Juan Martín, que fue intervenida por la artista Noe Arata.


Al lado de la oreja de elefante está el tornamesa y, en cajas de vinos, los vinilos de Kings of Convenience, Bob Marley, Elton John, música electrónica de Nicolás Jaar y de Ricardo Villalobos e, incluso, singles como “A Horse with No Name”. Su esposo, Juan Martín Nicolini, no solo trabaja la industria de la gastronomía, también es DJ, forma parte de Random People y toca en fiestas. Algunas noches, mientras Azul duerme, o incluso durante las mañanas en familia, se ponen a escuchar los vinilos.
En la cocina, hay fotografías en la refrigeradora y recuerdos de otras travesías, como los colgantes de plátanos de Brasil o las velas de Ibiza, y una tela estilo oriental que separa los ambientes. La pareja pasa mucho tiempo cocinando: pastas es la especialidad de Juan Martín, carnes la de Catalina. El comedor, donde Cata usualmente se sienta a trabajar, últimamente ha cedido metros a un área de juegos para Azul. Sus proyectos pueden verse en la cuenta de Instagram Pic de cat: su trabajo experimenta con la fotografía, interviniendo y combinando técnicas, desde el bordado hasta el pintado.


En el comedor también se luce una lámpara estilo rústico, que para Catalina aporta a ese toque playero que quería darle a la casa; una fotografía de Burdeos, en Francia, tomada por ella; y una banca contra la pared, que mandó a hacer inspirada en el diseño de una cafetería que amaba, para poder optimizar el espacio sin tener tantos muebles en medio.
La pequeña terraza, acompañada de plantas, es otro de los ambientes donde pasan bastante tiempo: tomando mate o café en las mañanas de sol, disfrutando el lonche o el té mientras cae el atardecer, viendo a los surfers en La Pampilla y Punta Roquitas, las playas a las que tienen vista; o almorzando los fines de semana.
En el segundo nivel del dúplex, Cata ha montado una suerte de altar: ahí es donde tiene la fotografía de su papá, quien falleció cuando ella tenía 11 años; sus cristales, como cuarzo rosado y blanco, amatista, turmalina y citrino, porque siente que la acompañan y protegen (incluso los llevó a la sala de partos); sus cartas de tarot y una pieza de papel de Noe Arata.






El dormitorio principal tiene vista al mar. “A veces siento que me estoy levantando en un hotel en otro lado del mundo”, comenta Cata. Pero no solo eso. Para ella, las olas que ve desde la ventana son como las emociones, que vienen y van, como los días buenos y malos, y puede quedarse horas contemplando ese espectáculo. Cuando Azul se despierta, como a las seis de la mañana, la llevan a la cama matrimonial, la echan entre los dos y se ponen a jugar. Las paredes están adornadas por atrapasueños regalados por su mamá como amuleto protector, y por un cartel de Tamariu, la playa de la Costa Brava en España donde vivió Juan Martín y que es parte de ese capítulo inicial de su historia juntos.
Más allá, está el cuarto de su hija, que solía funcionar como el estudio de Cata y el cuarto de visitas cuando se necesitaba. Está amoblado con una cómoda, estantes y espejo en madera que fueron diseñados por Cata luego de inspirarse con ideas de Pinterest e IKEA, y que mandó a hacer con un carpintero «para darle toque cálido al cuarto». Además, están la cuna y la silla que heredaron de su cuñada. El dormitorio infantil también regala una vista al mar.

La versatilidad del apartamento se ha vuelto una de las cosas que más aprecia Cata. Cuando llegaron, solteros y sin hija, organizaban muchas reuniones y salidas. Cuando ellos se transformaron, el depa lo hizo perfectamente con ellos. Catalina es consciente de que, en esta vida, lo único constante es el cambio, y su depa es un reflejo de ello. Como el mar que tanto los acompaña.
