Naturaleza creativa

Palabras: Adriana Garavito / Fotografía: Hilda Melissa Holguín

Lorena Mongilardi se resistía regresar a Lima. Quería evitar la sensación de inmensidad de la capital, el cielo gris y ese ritmo intenso con el que se cohabita. Sin embargo, cuando entendió que era la opción que tenía por el momento, decidió encontrar un espacio que la inspire, la acoja y hasta la calme.

Venía de otros entornos. Durante la pandemia vivió en una casa en la playa, al sur de Lima: junto a las olas descubrió que se sentía más cómoda con ella misma y su esencia artística. Y así como la marea se transforma constantemente, Lorena hizo lo mismo. Casi al término de la pandemia se mudó a Oaxaca, México, durante un año. A su regreso a Lima, volver a la playa ya no era una posibilidad. Felizmente, se enamoró de este pequeño departamento barranquino.

Fue amor a primera vista. Es un depa en una primera planta, abierto, iluminado, con una terraza de plantas grandes asomándose con personalidad. Es un pequeño oasis que comparte con Romeo y Julieta, perro y gata que observan con cautela a quienes llegan a visitar. “Estoy muy feliz aquí”, asegura Lorena, arquitecta de profesión, y también artista, diseñadora y emprendedora, mientras disfruta de un mate. “No hay nada como despertarse y ver todas las plantas mojadas. Es un lugar que me inspira y que me da ganas de trabajar”.

La casa respira su obra. Grabados, óleos, dibujos, bosquejos, libretas siempre abiertas. Ondas, siluetas, la forma de la música, pintura, lienzos, colores, manteles pintados por ella misma. Lorena se encuentra en un viaje de autoconocimiento, inspirada constantemente por su mente y espacio. Sus piezas están a la vista, muchas colgadas de piso a techo, otras regadas en el piso, alimentando sus ganas de seguir creando.

Mientras vivió en la playa decidió reinventar Vidria, la empresa de reciclaje de vidrio que maneja junto a su hermano: pasaron de enfocarse en producir para empresas a crear piezas únicas, enfocadas en el arte. Ahora, las copas de vino y vasos que elaboran tienen su propio toque personal.

La artista reflexiona sobre la manera en que nuestras decisiones repercuten de manera radical en nuestras vidas. A veces, incluso lo que no deseamos nos prepara sorpresas. “Desde que me mudé se han abierto demasiadas puertas. Estoy muy agradecida”, dice Lorena. “Acabo de lanzar mi web, tengo más talleres, están surgiendo proyectos, oportunidades y estoy más conectada con mi arte”, confiesa.

El depa, pequeño, compacto, regala su área social para hacer las veces de taller. La terraza alberga materiales y es fuente de aire y luz. La bici se estaciona en el dormitorio y encaja perfecto. En este depa todo sucede como una unidad. Aquí la artista ha encontrado su esencia y ha marcado su propio ritmo.

Tiene horarios establecidos que procura cumplir con disciplina. Le encanta trabajar en casa, como también parar para tomarse un café en la barra de la cocina, de pronto no hacer nada, o estudiar más a fondo lo que actualmente la inquieta. “Ahora mismo estoy intrigada por entender la matemática pitagórica, esa que ve los números como cualitativos y que incluye aspectos como la armonía y la belleza. Este concepto de que todos somos uno es lo que me mueve”, revela.

El departamento delata su personalidad: si bien todo está inundado de ideas, el espacio no lleva una carga. Por el contrario, la sutileza de la artista es casi tangible. La energía es suave como sus plantas húmedas por la mañana y sus trazos se mueven como el mar que, felizmente, todavía le queda cerca, a solo unas cuadras caminando.

“Lo que más me gusta, de lejos, es que estoy en Lima, en plena ciudad, pero estoy rodeada de naturaleza. Y creo que es por lo que me siento tan bien. Cuando regreso a casa me digo: ‘Por fin he llegado’”.

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