Aventura extendida

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Arturo Goñi

Arturo Goñi ha vivido casi 19 años fuera del Perú. Trata de regresar todos los años porque, claro, extraña. Se fue sin planearlo, de un momento a otro. Hace dos décadas él era el director creativo de una importante marca de cosméticos peruana, y viajaba constantemente a Nueva York por trabajo. En uno de aquellos viajes, lo invitaron a entrevistarse en una agencia de publicidad. Arturo ­–a quien sus amigos llaman, simplemente, Goñi– fue a la cita sin ninguna expectativa y se regresó sin pensarlo más a Lima. A los dos meses lo contactaron y le hicieron una oferta. Aceptó sin dudar.

Sí tenía las ganas y la idea de pasar un tiempo fuera del Perú, pero siempre se había imaginado en Madrid, donde vivían su abuela y su tío, una ciudad que él visitó muchas veces desde chico. Las circunstancias no se habían dado. Entonces apareció la propuesta de Nueva York: no tenía idea de lo que costaba vivir ahí, su inglés no era todo lo que podía ser y, además, el puesto de trabajo implicaba bajar de rango. Pero, como dice Goñi, “Nueva York no es una ciudad a la que dices que no”. Al mes y medio se estaba mudando con dos maletas.

La gente tiende a romantizar ciertas ciudades, esta es una de ellas. Goñi recuerda que la primera vez que entró a Manhattan sintió una conexión grande con el lugar, un vínculo sostenido por tantas películas, tanta música, tanta referencia en la cultura popular. Pero, aparte de eso, sintió una vibra especial. De todas maneras, la ciudad te despierta a la realidad bastante rápido. No es fácil.

“Te das cuenta que cada uno está en su rollo y aunque tengas amigos estás bastante solo. La gente trabaja mucho, le dan prodridad a sus objetivos personales. Yo venía de tener un grupo grande de amigos y en Lima tenía planes jueves, viernes, sábado y domingo. Aquí, al comienzo era: ¿Qué hago el fin de semana? Los sábados por la tarde me iba a comprar cubiertos. Pero NY también tiene fiesta y mucha fiesta: después de un tiempo empecé a salir mucho y en las fiestas hice mi comunidad. La verdad, yo pensé que me iba a quedar un año o dos y me dije: ‘Le tengo que sacar el jugo a esta ciudad’”.

Su primer depa fue un estudio en Chelsea “de dos por dos”: “La cocina estaba prácticamente de mesa de noche y si freía un huevo toda mi cama olía… así que en esa casa no se cocinaba”, recuerda Goñi. Durante el año y medio que estuvo ahí solo compró la cama, el colchón y dos mesitas de Ikea. Sus libros permanecieron en cajas. El momento en que se dio cuenta que no estaba de paso, sino que estaba realmente viviendo en Nueva York fue cuando colgó su cuadro de la artista peruana Sandra Gamarra, que se había traído en la maleta. No tenía nada más, pero ese era su lugar.

Eventualmente dejó el estudio; estuvo por poco tiempo en Inwood, cerca de los Met Cloisters; y finalmente se mudó con un novio a otro depa en el Upper East Side, donde Goñi vivió por mucho tiempo, incluso después que la relación terminó, porque él se quedó. Cuando estuvo solo, se dio cuenta de que no tenía absolutamente nada de muebles: su cama del ático se la había prestado a un amigo y tuvo que pedírsela de regreso. El espacio se le presentó como un lienzo en blanco. Hizo un moodboard, pintó las paredes de negro y armó su depa como quiso.

Varios años después, cuando entró por primera vez al departamento de su actual pareja, David, le pareció que la decoración y la atmósfera eran muy parecidas a las suyas. También estaba pintado de negro, la elección de muebles era muy similar. Cuando aún no vivían juntos, una de las cosas que más les gustaba hacer era ir a ver muebles a sus tiendas favoritas. Pronto empezaron a comprar piezas juntos.

¿Cómo llegó la decisión de convivir? Por un lado, Goñi pasaba de jueves a domingo en el depa de David; por el otro, la presión de agua en su propio departamento ya no daba más y su ducha era un hilo. Para Goñi fue cerrar un capítulo: dejó ir mucho del mobiliario y objetos que había comprado, los regaló, otras cosas las tiene aún guardadas en un almacén. Lo único que le falta es colgar su cuadro de Sandra Gamarra en el depa que comparte con David: hacerlo tiene todo un simbolismo.

Tenían un cuarto extra para invitados que durante la pandemia se convirtió en un estudio, donde David, que es psiquiatra, pinta en sus ratos libres y Goñi escucha música. Les encantó ese espacio redescubierto para ellos, así que ya eliminaron la cama y no pueden recibir a nadie. En estos últimos años han tenido que repensar ciertos ambientes: los pasadizos negros, por ejemplo, los pintaron de gris claro para no sentir que vivían en una caja oscura todo el tiempo. El siguiente paso será pintar la sala: de negro, pasará a blanco.

Goñi todavía siente que este depa parece uno de soltero, tiene esa vibra pero poco a poco la van cambiando y haciéndolo más cálido. El wallpaper que cubre todo un muro ya no los representa, y quieren ahora llenarlo con todas esas piezas de arte que han ido coleccionando en galerías y ferias. Les interesan, sobre todo, los artistas jóvenes. Incluso han encontrado varios que les gustan por Instagram. Para Goñi, es importante tener piezas originales.

Trabaja como director creativo en una agencia de publicidad farmacéutica, que en Estados Unidos es un rubro aparte porque hay muchas regulaciones que se deben tener en cuenta. Goñi aceptó ese puesto porque le ofrecieron trabajar en la cuenta de prevencion del VIH: “En Estados Unidos, las comunidades con mas índice de VIH son la latina y la afroamericana, y hay mucho estigma al respecto. Entonces, hay que trabajar desde la publicidad para llegar a esas comunidades. Es interesante y sobre todo es importante”, explica Goñi. “Es bien diferente a lo que siempre he hecho, pero gratificante porque sientes que estas colaborando. Aportar me tiene bastante contento, bastante ocupado también”.

“Como dice la filósofa Carrie Bradshaw, en Nueva York siempre estás buscando una relación, un apartamento o un trabajo. Yo justo en este momento, no estoy buscando nada. Así que me considero afortunado”.  

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