Por: Alejandra Nieto / Fotos: Camila Novoa
Como el mundo en general, el espacio de Rafaela Maggiolo cambió con la pandemia. Consultora en compra de arte y en diseño de interiores, fue directora del Museo MATE y editora de la revista CASAS por casi una década. La consciencia del espacio es, en su caso, una forma de relacionarse con todo. Para la necesaria remodelación de su departamento trazó nuevos ambientes con un mueble, creó una pared de exhibición y exploró la rueda de color hasta encontrar los tonos que definieran la etapa que estaba por comenzar. La reestructuración total.






“Lo que ha generado el principal cambio es la creación de este mueble central. Nos permitió partir el área social en dos. Se genera así una sala de estar de acompañamiento o, cuando la puerta se abre, un área social con dos estancias”, explica Rafaela sobre la distribución, definida tanto por los muebles como por la posición de dos alfombras, que son punto de color y base.
Sala amplia o dividida, es también comedor y espacio de trabajo, este último delimitado por un escritorio lila. Un descansillo cierra la composición con una pared que exhibe principalmente a artistas locales. El hogar de Rafaela tiene la nitidez de las cosas bien planeadas. Rutas directas, pero no previsibles.
Su sala, como el resto de la casa, es un ambiente en varios momentos. No solo contiene hasta cinco “lugares de estar”, es un amor al detalle materializado en rincones y posibilidad: los libros y adornos están alineados como bodegones listos para la foto, aunque el motivo está en el orden que Rafaela da a su mundo.




Sobre su escritorio, un retrato de su bisabuela. Convive con pinturas que pertenecen a los inicios de su hermana, la artista Valentina Maggiolo, fotografías de Nobuyoshi Araki, piezas de Michael Lombardo y de Mariela Agois.
Tres mesas modelo tulip aportan a la convivencia. Una de comedor principal y otras más portátiles que van por el espacio según se les necesite. Con dos niños en casa, la adaptabilidad es importante. La sala tiene lámparas vintage y una pieza de Palacios de los años setenta, que la ha acompañado desde su primer “hogar de adulta”. Una de las cucharas de cerámica que Valentina trabajó durante la pandemia se luce en la pared sobre una trenza de Aileen Gavonel.
“Tomé la decisión de concentrar todos mis cuadros en un muro para que lo demás se viera bastante ligero. Fue la oportunidad de juntar muchas piezas de formato chico y darles un lugar, además de darle a la pared un valor agregado como composición”.
La pieza principal en esa pared llena de arte es de Javier Bravo de Rueda, sobre papel tabaco. Rafaela le puso un marco “más o menos clásico”, para crear un claro pero no enfático contraste. Luego, están las fotos de Mariano Zuzunaga y Javier Silva, el póster de una exhibición de su hermana, así como uno de sus cuadros. Una plancha de grabado, una pintura hecha por la propia Rafaela, cuadros de Casandra Tola, Hans Stoll, el “Todos somos nativos” de Alfredo Márquez y más. La pared fue elegida porque recibe abundante luz; así el blanco y negro que prima en la composición no queda oscuro en lo absoluto.




Una de las partes más enriquecedoras de su trabajo con arte es el enmarcado. “Le da un segundo discurso. Si bien hay lienzos que funcionan increíble sin marco, otros piden un contexto. Ahí está el juego del balance en una pared como esta: lograr suficiente diferencia para que no mires quince marcos iguales pero que tampoco te sientas en la tienda de antigüedades”, dice Rafaela. Las cosas tienen un orden.
Su maestría en teoría de arte y arquitectura, sus años como editora de una revista de diseño, los cursos sueltos –incluyendo una temporada de aprendizaje en el MoMA–, así como momentos de investigación autodidacta, han formado una manera afrontar los conceptos y lograr abstraerse sin perder detalle. En los años más recientes, Rafaela ha asumido proyectos de interiorismo, así como de asesoramiento a interesados en ampliar o revisar sus colecciones de arte. Su trabajo consiste en aplicar su particular mirada sobre detalles que pueden pasar desapercibidos pero que resultan en una marcada diferencia.
Como interiorista, un hilo conductor en su trabajo es la atención a las proporciones, y la mezcla de materiales y de tiempos. La casa no se define por sus espacios, si no que entramos –sin esoterismos– a crear nuevas dimensiones a través de diferentes estilos y épocas en el arte y mobiliario. Si hay una cualidad en la que todas las personas que conocen a Rafaela podrán coincidir, un rasgo de su personalidad si se quiere, es su capacidad de observación. Nota por igual cabos sueltos como oportunidades de crear más allá de lo que se pide.





Las dos habitaciones de los niños solían ser una sola, pero la remodelación le dio a cada uno su espacio además de paredes reforzadas para que puedan hacer su propio ruido sin que este llegue a los demás. El corredor lo decoran dos dibujos, uno de cada uno de sus hijos.
La habitación de Rafaela es un cuarto de descanso. Pocos estímulos visuales, pero suficientes. Un cuadro de su hermana que resalta por su color, una silla antigua que contrasta con la modernidad del armario azul.
Su cocina muestra los mismos síntomas: un énfasis en la funcionalidad comandado por el color. Este es otro tema que la apasiona, y que expresa tanto en las paredes como en las alfombras que viene trabajando. El proceso es rudimentario pero preciso. Pide colores muy específicos y le llegan muestras en forma de pequeños pompones con los que Rafaela se mueve por el espacio.



Algo que ama es ir con tonos inventados a las tiendas de pintura. “Los matizadores de este país son un talento oculto”, me dice. “Les puedes llevar un color en tu teléfono, que sabemos que no existe, y te crean el tono exacto para la pared”. Estos héroes sin capa son parte esencial, pero no la única del proceso. Como con las alfombras que diseña, las muestras de pintura son cosa seria: mínimo un metro cuadrado pintado sobre la pared, que deja secar y que observa con los cambios de luz que tiene el día. En su trabajo, como en su casa, Rafaela es una persona de detalles cuya mirada equivale a poner un caleidoscopio sobre la realidad: la aumenta en complejidad y color.