Construyendo recuerdos

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Camila Novoa

A inicios de este año, Isabella Ossio buscaba un departamento para mudarse, pero no encontraba nada que la convenza. Estaba viviendo en un depa que compartía con una amiga: era lindo, pero en un edificio muy moderno de techos chatos y dormitorios pequeños. No la inspiraba, no la movía. Isabella siempre había querido vivir en un depa antiguo. Entonces se encontró con un aviso tan increíble en un portal web, que pensó que tenía que ser una broma. Así es como llegó a este departamento de los años cincuenta.

Desde que llamó por teléfono para averiguar sintió la mejor onda con el dueño. Y cuando entró, se enamoró del lugar. Estaba muy bien cuidado: conservaba su espíritu antiguo, pero había sido completamente remodelado y tenía una decoración linda. Lo que más le gustó fue la energía: se notaba que los propietarios eran felices ahí. Isabella terminó la visita pensando que tenía que mudarse de todas maneras.

“He tenido la suerte de crecer en una casa espectacular. Cada detalle que mi mamá le puso a nuestra casa me hacía sentir increíble. Desde que me levantaba, todo lo que veía a mi alrededor era lindo. Mi cuarto, nuestro jardín… hermosos. Mi hermana y yo hemos sido muy felices en esa casa que mi mamá hizo pensando en nosotras, en crearnos memorias. Y eso, por lo menos para mí, hace que me sea difícil vivir en un sitio que no me encanta”.

A Isabella le preocupa sonar un poco superficial, aunque no lo es. La felicidad que siente por vivir aquí es profunda y es auténtica porque la conecta a su historia personal y a todo lo que es importante para ella. “Emocionalmente, estar aquí me hace bien”, explica. “Me levanto de buen humor, me encanta regresar a mi casa y estar aquí con mis perros; me puedo quedar un domingo metida con ellos todo el día, sin hacer nada y estoy contenta. Esto es lo que estaba buscando”.

En estos últimos meses ha aprendido a vivir la casa solo para ella y la ha disfrutado mucho. Se considera independiente y solitaria, a veces no contesta el teléfono en horas. Es instructora de yoga y de cycling, trabaja conectándose con mucha gente y poder tener un espacio solo para ella es muy importante. Pocas cosas le dan tanta paz como echarse en la cama, con un perro a cada lado, a ver una película.

La mayoría de sus muebles y objetos son heredados. Tiene mucho de su mamá, otro tanto de su papá, y recientemente ha recibido varias pertenencias de su abuela, Marisa Guiulfo –cocinera, organizadora de eventos, pionera en muchos sentidos–, quien murió el año pasado. Se siente muy afortunada de poder tener consigo algunas cosas suyas. Isabella sabe que lo correcto es no aferrarse a lo material, “porque si las cosas se van tu vida tiene que continuar”. Pero el cariño que le tiene a ciertos muebles o adornos en su casa se debe a que han sido de alguien que ella quiere, o a que le recuerdan a su infancia.

Las bolas de cristal, por ejemplo: son lo que más valor tienen en su casa, y con eso Isabella no se refiere a lo monetario, sino a lo sentimental: son parte de la colección de pisapapeles que su abuela tenía sobre un espejo; cuando era niña, Isabella las veía como burbujas mágicas con las que ella y sus primos jugaban fascinados. Hoy que Marisa ya no está físicamente, entiende verdaderamente en qué consistía su magia.

No solo su abuela, también sus padres –Isabel Maguiña, decoradora de eventos y sofisticada diseñadora floral, y Felipe Ossio, reconocido catering y diseñador de bodas y eventos– le han enseñado a Isabella, incluso sin palabras, la importancia de una mesa, de unas flores bien puestas, de ser buen anfitrión y acoger a los invitados. Ha crecido en una familia muy visual, en la que la estética siempre importó, pues era parte del trabajo.

“Es lo que he visto desde chica: querer que mi espacio se vea bonito y cómodo me sale de una forma muy natural. No puedo traicionar eso porque me ha hecho feliz. Siempre he admirado eso de mi familia”.

Entre los libros de ilustración que a Isabella le encanta comprar está ese coffee table book de Martha Stewart, que aún conserva los post-its con las anotaciones de su abuela. Tiene las sillas y las lámparas que estuvieron alguna vez en la oficina de su papá (y que ella restauró), y la alfombra que su mamá compró en el mercado de pulgas. En su habitación, que es superamplia, ha agregado recientemente el espejo de tres cuerpos que perteneció a Marisa. Tiene que arreglar uno de los lados, aún no logra que se quede completamente abierto. “Pensar que ella se miraba todos los días aquí es muy intenso. Cuando era chica lo alucinaba un mueble enorme, me veía por todos lados. Este espejo ha reflejado memorias muy bonitas”, dice Isabella.

No tenía ningún apuro por llenar su depa con cosas nuevas. Lo tuvo bastante vacío por mucho tiempo. Claro que ha comprado algo: las sillas y la alfombra del comedor, los floreros, las cosas de la cocina. En el recibidor están los vasitos de cerámica que ella misma hizo. No le quedaron perfectos, pero le encantan.

“Blame it on my juice”. Eso dice el neón que Isabella se mandó a hacer, una frase sacada de la canción de Lizzo. Esa oda al amor propio representa ese otro lado que tiene la personalidad de Isabella. En su depa anterior lo tenía en el baño, aquí lo ha puesto en medio del salón, bien protagónico en la casa. Siente que lo prende y que el ambiente se contagia con esa actitud.

Hay cuadros que aún no han encontrado su lugar. Su tabla de surf, que diseñó con Timeless, no la cuelga porque luego es complicado sacarla, así que la deja en medio del comedor sobre una toalla. Le falta descubrir alguna otra manera más atractiva de incorporarla al resto de la casa, pero por el momento le funciona. Todos los días le da vueltas a la mejor forma de arreglar el espejo de su abuela. Pero se lo toma con calma: sabe que los mejores recuerdos se arman con paciencia.

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