Un hogar piel adentro

Fotos: Hilda Melissa Holguín

Tuvo una novia que le dijo que debía construir una casita que sea solo para ella. No se refería a un espacio físico, sino a un hogar suyo mas allá de su familia, de sus amigos, de su oficio; “un lugar al que pudiera volver pase lo que pase, mi safe zone, que esté dentro de mí y al que solo yo pueda entrar”, explica Nuria Zapata, que nunca olvidó esas palabras. Hoy vive en la primera planta de una casa chorrillana y ahí ha montado un altar con dos pequeñas maquetas donde guarda fotos carné, semillas, ojos turcos y otros elementos protectores, que representan ese lugar donde ella se sabe, se entiende.

Nació en Lima y vivió con su familia en Tarapoto hasta los 6 años. Regresó, se mudó a Buenos Aires, vivió en Nueva York. “Estoy acostumbrada a moverme bastante”, dice. “Pero puedo cerrar los ojos y recorrer cada espacio en el que he vivido porque soy muy estudiosa de mi pasado. Vuelvo a él bastante y eso ayuda a fortalecer el recuerdo y la memoria”. Nuria ha cambiado de carrera, de país, de casa: no existen en su recuerdo esos espacios de la infancia como la casa de los abuelos o el jardín familiar; todo cambió siempre rápidamente, “pero todo está acá”, y se toca el pecho y la cabeza.

Empezó a escribir en diarios a los 17 años. Ahora, con 31, tiene casi una veintena de cuadernos. “Lo guardo todo y lo releo. Soy una adicta al registro, al archivo”, asegura. Se ha llevado sus cuadernos en cada estadía fuera del país, y han ido con ella en cada mudanza. Pensamientos, dibujos, una carta que se escribió para leer en su cumpleaños 32 y el boceto de su primer tatuaje, todo eso y más encierran esas páginas. “Esto que solo era un hobby ahora tiene sentido, se ha convertido en mis libros, es mi trabajo”.

Nuria hace varias cosas a la vez porque hay poco que la satisfaga y se aburre rápidamente. Su piso se adapta a esa dinámica. Lo que podría ser el ingreso se ha convertido en una zona multiusos, donde ha colgado las repisas con materiales, guarda los bastidores, y borda y arma sus instalaciones; ese mismo espacio es el lugar donde toca con su banda cuando ensayan para alguna presentación de La Zorra Zapata, en esa silla se sienta a tocar la guitarra. A un lado, la mesa de trabajo sostiene el prototipo de su libro “más poético a la fecha”, Ejercicios de libertad.

“Me gusta hacer varias cosas a la vez y no puedo tener una rutina. Ni siquiera he podido terminar la universidad”, cuenta Nuria. “Hice Estudios Generales de la Facultad de Arte de la PUCP, estudié 2 años Teatro en Argentina, hice un profesorado de Educación y estuve un tiempo estudiando Pintura: cuando volví a Lima ingresé a Bellas Artes para estudiar Escultura, pero no terminé. Ahora hago libros, instalaciones y tengo una banda de música”, se ríe la artista. “Al principio me pesaba, pero es mi naturaleza. Yo pensaba que eran errores o vueltas atrás, pero todo ha ido encajando; hasta lo que pensé que hacía solo por huevear ahora tiene un significado específico y funciona”.

Su trabajo es solitario y pasa mucho tiempo en su piso. No responde a nadie; se levanta por la mañana y se dice “hoy vamos a bordar”, y borda. Se mueve por todos lados. Se recuesta en el sofá que está bajo la repisa torcida que encontró y que le sirve de librero; se amodorra entre los cojines del sillón de su terracita, rodeada de plantas. “Mis muebles han llegado azarosamente, como todo en mi vida”, dice Nuria. “Este baúl es de una amiga que se fue a vivir a Alemania y me lo dejó, las sillas eran de mi mamá, ¡mi clóset inventado es la máxima ingeniería de mi vida!”.

“Hoy venían ustedes y me preguntaba qué me iba a poner; pensaba que me tomarían fotos y que me preguntarían quién soy. Y pensé: ‘Lo que seas hoy no tiene que ser lo que seas mañana’, y me relajé”, concluye Nuria. “Esa es la libertad que me da tener esta casita adentro”.

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