Contenedor de historias

Palabras: Rebeca Vaisman / Fotos: Renzo Rebagliati

El arquitecto Andrés Barrios llegó hasta el edificio San Martín, diseñado por Teodoro Boza y Violeta Ferrand (que meses después sería premiado en la Bienal de Arquitectura del Perú). Quería revisar la construcción a nivel de fachada y volumetría, pero vio la oportunidad de conocer el último loft que quedaba libre.

Apenas se abrió la puerta, lo primero que Andrés vio fue la cúpula de la iglesia Santa Rosa a través del ventanal de la sala. Esa vista es una impresión que no olvida. Unos minutos después estaba llamando a su padre para decirle: “Acabo de entrar a un departamento que me quiero comprar”. Como no estaba muy lejos, lo alcanzó para ver el departamento. No es arquitecto, pero la familia de Andrés siempre ha estado ligada al mundo del arte y el diseño; de hecho, su interés por estudiar arquitectura partió de la estética que siempre han tenido las casas familiares. Así que la opinión de su padre era relevante. En una semana había firmado el contrato.

Eso fue en agosto del 2016. Era el primer hogar propio y la primera vez que iba a vivir solo. Barranco le ofreció su espíritu bohemio y su movida gastronómica y cultural. La 73 se volvió ese restaurante donde se le podía encontrar a menudo y ya lo saludaban con una familiaridad que le encantaba. Hace ocho años, cuando se mudó, recién se estaba volviendo a hablar del vecindario, a repensar el barrio, y eso se ha quedado con él.

El loft tenía setenta metros cuadrados y funcionaba en tres niveles. Andrés hizo del recibidor su home office; a continuación, estaba la cocina que se abría a la doble altura de la sala, desde donde, subiendo medio nivel, se ubicaba el dormitorio sobre la cocina. Esa distribución le daba independencia a cada momento del depa y hacía que el metraje se sienta mayor.

El lugar tenía una sola ventana: el gran ventanal de cuatro metros de altura que ocupaba media pared y daba a la iglesia, enmarcando su cúpula y otros techos barranquinos. Es una vista única, que remite a esos techos encantadores y antiguas iglesias que se ven en ciudades del Viejo Continente. La forma en que la luz del día cambiaba sobre ese mismo paisaje era parte central de la experiencia en el departamento.

Andrés hizo un par de intervenciones. En el dormitorio colocó una celosía movible para dar mayor privacidad al ambiente y controlar la entrada de la luz. En la pared de la cocina añadió ladrillos pequeños de cerámico blanco, para reforzar la onda cálida del interiorismo y dialogar con el piso de mosaicos. La carpintería de la cocina le vino en un color palo rosa que, para el momento, pocos se aventuraban a usar. En su opinión, diseñar la decoración de su depa con esos puntos de partida fue sencillo.

Los primeros objetos que llegaron fueron un cuadro de Eli Bedón, regalo de sus padres, y la lámpara Zancudo que se compró en lo que entonces era la tienda Primas. Ya desde entonces se preocupó por incluir objetos que significaban algo para él. Su departamento barranquino acompañó la reflexión y evolución de Andrés Barrios sobre lo que se necesita del espacio personal.

Fundó su primera inmobiliaria, que existió hasta el 2017. Entre el 2017 y el 2019 vivió en Madrid, adonde se fue para hacer una maestría en Innovación orientada a servicio al cliente, que luego complementó con otra maestría en coaching y especialidades en diseño de negocios. A la par, en Madrid trabajó en una consultora de innovación. “Regresé a Lima porque todo lo que había cultivado esos años en experiencia profesional podían tener mayor valor aquí”, explica Andrés. “Hacia el 2019, las áreas de innovación en las empresas casi no existían en el Perú”. A su regreso, cofundó una consultora de marketing inmobiliario y, explorando su lado más artístico, empezó una marca de macetas de cerámica que él mismo hacía. En los últimos años, ha sido parte de otros proyectos en el rubro de la innovación y el diseño de negocios, buscando que la experiencia humana sea el eje principal. Es la premisa del nuevo proyecto que está en sus primeros momentos.

A su regreso de Madrid, hubo una gran transformación en el departamento de Barranco. Para empezar, cambió casi todos los muebles. Llegó con cosas que había comprado mientras vivió afuera, como la alfombra de la sala y muchos de los adornos que llenaron la repisa. “Cuando viví en Madrid me di cuenta de que lo más importante para mí era mi hogar”, dice Andrés. Si ya antes incorporaba solo cosas que le resultaran especiales, ahora añadió una capa más al contenido de su casa. Una de las partituras de su mamá, que tocaba piano cuando Andrés era chico, se sumó a la luminaria de su escritorio; enmarcó una cerámica holandesa del año 1600 que su tío Quico le regaló; su pieza de arte favorita es, justamente, un retrato en acuarela de su tío, hecho por Luis Palao, que su familia le entregó cuando Quico murió. 

“Hay muchas cosas que son en honor a ambos lados de mi familia. Siempre he vivido escuchando esas historias de Arequipa y Cusco, por un lado, y de Trujillo y Chiclayo, por el otro. Mi papá es genealogista y eso tiene que ver con que yo también, a mi manera, me he dedicado a entender cosas de la familia, de dónde venimos, quiénes somos. Y parte de eso es mi casa: se ha convertido en el conjunto de todos estos recuerdos e historias que hay para contar”.

En los últimos años, su casa y cómo vivirla han sido motivo de una reflexión cada vez más profunda para Andrés, que se refleja en todos los aspectos de su vida. Desde los objetos que deja entrar, y las personas que invita a este espacio íntimo, hasta esos rituales personales que lo conectan con sus pasiones y su esencia, como la cocina. Sin importar cuánto tiempo se quede en un lugar, Andrés tiene claro que necesita armarlo bien y rodearse por cosas importantes, si es que al final del día quiere sentir que ha llegado a casa: “Eso es lo interesante cuando trabajas la arquitectura: si está bien lograda es un contenedor de historias, recuerdos y momentos de tu vida”.