El orden interior

Palabras: Alejandra Nieto / Fotos: Paula Virreira

“Mi deseo era que mire donde mire haya algo que me guste. Sentirme identificada con cada uno de los espacios”. Eso era lo que Mili Palma quería para su casa, este departamento iluminado y lleno de color, donde vive y disfruta junto a sus dos hijos pequeños.

Se mudó hace ocho años. Llegó con su esposo, Fernando, y sus hijos Marina de dos años y Lorenzo de uno. Habían estado viviendo en Punta Hermosa, pero desde que Marina nació pensaban en regresar a Lima; además, Mili tenía planeado volver a trabajar. Vieron este departamento en planos, con el jardín en medio, y les gustó. Fueron los primeros en el edificio.

Como no querían desarmar su casa de playa, decoraron de a pocos. Una de las primeras piezas que llegó fue un conjunto de retratos, pintados por Fernando, que ensamblaron juntos y se convirtió en pieza central de la sala. “Fernando era muy corporativo, pero tenía una vena artística fuerte”, recuerda Mili. El departamento ha pasado por muchos cambios:; las paredes han ido variando de color y los cuadros han pasado por una total redistribución.

Poco antes de mudarse, Mili se certificó como coach de sueño infantil, una consecuencia de su experiencia con la dificultad de dormir de Lorenzo. Esto llevó a que Mili se interese por las constelaciones familiares, filosofía de vida que hoy la define. Esos son años que recuerda como especialmente bonitos. El nacimiento y primera infancia de sus hijos, disfrutar del departamento en familia, y comenzar su camino profesional en el crecimiento personal.

“Mi vida tiene tres etapas muy claras, y mi departamento expresa mi voluntad de honrar todo lo que he vivido, pero también de resignificarlo. Soy como un puente entre cada etapa y también hacia una apertura al futuro”, dice Mili. Ella enviudó hace cinco años, quedándose al cuidado de sus dos niños pequeños. A Mili le tocó entrar en un momento de duelo familiar y transformación drástica. “Yo era alguien antes, luego me rompí y me volví a armar. Sigo trabajando, pero me transformé en una mujer adulta, madre de dos niños, y dejé de ser una niña luchando contra el duelo”, cuenta tranquila.

Compara el inicio de esa segunda etapa como un tablero de ajedrez: “Un espacio chiquito blanco, seguido de uno negro, seguido de uno blanco y así”. Momentos de absoluta negación y momentos para continuar. Las terapias que manejaba la ayudaron mucho y exploró nuevas formas de conocerse: hizo un taller de escritura, terapia de duelo, profundizó en las constelaciones y se centró en la idea del orden interior, algo que ahora ve como un “regalo del duelo”.

La idea del orden definió su reconstrucción. Al enviudar, ella misma se sentía fuera de su espacio. Mili buscaba escapes saliendo o encerrándose en el baño, pero la pandemia la hizo afrontar la pena. Con ayuda de sus amigas, la casa fue cambiando, y eso sucedía a medida que ella misma iba transformándose.

Siempre han estado rodeados de arte. Un cuadro de Mateo Liébana que le regalaron por su matrimonio, y otro que Mili sumó algunos años más tarde. Hay varias obras de Katherinne Fiedler, y muchísimas de Fernando, entre cuadros que pintó en este mismo departamento y obras más antiguas. Tiene también un cuadro de Mateo Cabrera que sus amigas le regalaron cuando cumplió cuarenta años. “Soy muy unida a mi grupo de amigas, han sido la familia que estuvo conmigo en el proceso más duro”, cuenta ella.

Durante un tiempo movió mucho los cuadros, pero ahora siente que todo ha encontrado su lugar. Disfruta mucho mezclar piezas que podrían parecer inconexas, pero que cobran sentido en bodegones únicos. Las plantas, muy presentes también, son parte de la mezcla, sea en vivo o en papel tapiz. “Creo que si algo te puedo decir de mí y de mi casa, es que soy una persona que valora mucho los buenos momentos”, comenta. La filmadora de su abuelo está apoyada cerca a un florero que trajo de Costa Rica, y muchos de los muebles vienen de la casa de su abuela; algunos objetos fueron regalos o afortunados hallazgos, pero todo tiene una historia. En el mueble de las copas, guarda etiquetas y corchos de vinos que abrió “en buenos momentos”. Quizás los barnice, ya lo verá, “de momento voy viviendo el presente”, dice contenta.

Le gusta mezclar lo antiguo y lo nuevo, y darle a todo un significado. Tres corazones de Carol Palma adornan la pared: son ella y sus dos hijos. “Quise honrar también la alegría de estar los tres juntos”, explica. Desde que los encontró colecciona corazones, así como cerámicas Botanic Garden. Ama los muebles antiguos de madera, pero encuentra lúgubre ese color marrón oscuro que suelen tener. Con la ayuda de su amiga, la decoradora Luciana Guinea, empezó a pintar algunas piezas. Mili ama los colores vivos. Resalta el mueble del recibidor, que mandó a hacer cuando recién se mudó, pero que pinto de azul brillante hace poco.

Mili cree que cada persona debe lograr equilibrar en sí mismo energía femenina y masculina, trabajo que viene haciendo y que refleja también en su casa. Define su habitación como muy femenina, pero en la sala, el espacio donde pasa más tiempo entre su trabajo y su práctica de yoga y meditación, tiene ambos: rincones románticos y objetos de energía masculina. Las habitaciones son un tema relativamente nuevo. Con la pandemia, cada miembro de la casa pasó a tener su propia habitación. Marina, un cuarto muy de mar como su nombre, porque le encantan el océano y la playa; Lorenzo tiene un mural y todo tipo de juguetes y libros sobre el espacio. Dos pinturas similares a las del ensamble de retratos de la sala aparecieron un tiempo después, y cada uno fue para las habitaciones de los niños. Abundan las fotos familiares, otra forma de mantener los momentos felices al alcance de la mirada.

“Me gusta mucho cómo me siento en mi casa y es algo que trato de transmitir a mis hijos. Son chicos y quizás no lo valoran tanto como yo, pero a mí me ha costado mucho habitarme y habitarla”, reflexiona Mili. Para ella la clave ha sido lograr un orden interior, un proceso que requiere constante trabajo pero que para ella es la base que permite encontrar un lugar en el mundo. “He creado un programa online llamado ‘La Ruta del Orden’, para mujeres que quieran empezar a ordenarse internamente, que sientan que la vida no les sabe igual, que algo se ha movido, o que hay un vacío”, cuenta. Si bien el programa tiene una metodología, escapa de los recetarios. Mili cree en lo vivido por cada uno, pero también conoce la importancia de compartir experiencias y de generar espacios de crecimiento conjunto. “El orden interior nos permite salir de momentos donde sentimos que tenemos el agua hasta la nariz, y regresar a sentir nuestra propia fuerza, nuestra conexión con el mundo, y vivir desde un lugar más auténtico”.

Ahora, con la casa en orden, se define en una tercera etapa. Está en una bonita relación con Rocco: él tiene dos hijas, que se llevan muy bien con sus pequeños. Cada uno vive en su casa, pero siempre se dan tiempo para estar juntos, y luego el fin de semana la pasan en familia con los cuatro chicos o de paseo fuera de Lima. Mili se siente fuerte, conoce y respeta sus procesos. Se sabe constante, el tipo de persona capaz de despertar todos los días a las 5.20 de la mañana a ducharse, meditar y unirse a una clase de yoga antes de desayunar, alistar a los chicos y llevarlos al colegio. Pero también está desarrollando la flexibilidad de saber que si un día fue agotador o si no logró dormir bien, puede despertar más tarde en la comodidad de un espacio que ama.

Entre tantas cosas recolectadas, recibidas y encontradas, bromea sobre tener horror al vacío. Pero su departamento es exactamente lo que ella deseó desde un principio: ese lugar que la hace sonreír, donde sea que pose la vista.