Palabras: Alejandra Nieto / Fotos: Hilda Melissa Holguín
Diseñadora de interiores y artista de la miniatura, el trabajo con origami y la escala superpequeña de Ana Sofía Casaverde –conocida en redes como Galletita de jengibre– la han consolidado como una creadora con un público atento, alguien que conoce el placer de conmover a través de su trabajo.
Sus maravillosas miniaturas conviven a su alrededor y, por eso, decorar su departamento implicaba preguntarse cómo iban a interactuar con el mobiliario y los objetos que tiene. “Cómo crear la relación”, observa la propia Ana Sofía, que maneja diferentes escalas en su día a día.





Este es el primer espacio que decora para ella. Compartió casa durante ocho años con un grupo de amigos, y aunque fue una experiencia fantástica, la vida de trabajadora independiente creando desde casa, y una sensación de madurez, la pusieron a buscar un departamento.
Le encantan los muebles y sus posibilidades. Arreglarlos, descubrir cuánto provecho se les puede sacar y darles un buen uso. Los busca en todos lados, desde tiendas de diseño y antigüedades, hasta Villa El Salvador. Su pasión por las sillas se evidencia en su casa. En sala tiene una de las versiones miniatura de la silla Panton, de Verner Panton para Vitra, en color rojo. “No es mi favorita, pero le tengo cariño porque fue mi introducción a un diseño moderno, la primera silla que vi que no era una Luis XV”, recuerda. Dos pósters lucen la colección de sillas del Vitra Design Museum. El primero, un regalo de su exjefe; el segundo, comprado cuando Ana Sofía visitó el museo. “Amaba estos cuadros y siempre quise verlos uno al lado del otro. Recuerdo el día que los colgué, todavía sin sofá pero me sentí en casa”.






“En parte me mudé sola porque sentí el deseo de estar rodeada de cosas que me recuerden momentos bonitos”, cuenta. Y sus miniaturas son conocidas por eso. Al plantear su proyecto artístico, se preguntaba cómo encapsular ese momento cuando algo “te saca una sonrisa a pesar de haber tenido un día horrible”. Pensó en lo que sientes al ver una flor, un colibrí volando o un perro salchicha caminando. Y surgieron cuadros de cierta nostalgia. Miniaturas, porque “lo pequeño es tierno de por sí”.
Durante la pandemia empezó a hacer flores pequeñitas, primero para ella, luego a pedido. “Mi mamá siempre quiso tener una florería. No pensé ‘voy a hacer flores porque a mi madre le gustan’, pero sí creo que fue parte de extrañarla, porque no podíamos visitarnos por la pandemia”, cuenta. A las flores siguieron más objetos.
Sus materiales son papel, fieltro y objetos recuperados. “Me encanta ver cómo algo se transforma según la escala. Cómo un dedal puede ser un baldecito, por ejemplo”. En su universo íntimo, una clásica lámpara Noguchi de mesa sirve de base a un diminuto dragón en origami, plegado a partir de un papel de 2.5 x 10 cm. Ha encontrado maneras de sumar diminutas piezas hechas por ella a la decoración de su casa. Unas flores pequeñas y un móvil de grullas para su espejo, por ejemplo. También hay objetos o escenas que pone bajo cúpulas de vidrio, para evitar los peligros del viento.






El camino hacia las miniaturas empezó por varios lados. De niña era fan de Utilísima –el canal de las Martha Stewarts latinoamericanas–, y de los japoneses Nopo y Gonta, que hicieron de las manualidades infantiles un arte. Era curiosa, le encantaba descubrir cómo se hacían las cosas y crear con las manos. Más adelante, estudió Diseño de interiores porque tenía interés en las historias que pueden contar los espacios.
Mientras trabajaba como diseñadora, en el mundo se puso de moda el reto de hacer algo por un año. Ella se unió con el origami. Hizo desde los diseños más básicos hasta las formas más complejas. “En un año empiezas a entender otras cosas: cuáles son los papeles a usar para lograr cada figura, por qué doblar de una manera y no de otra”. También, en ese tiempo, puedes producir un número de piezas que ocupan espacio considerable… Su solución fue bajar la escala a todo. “Recuerdo obsesionarme con hacer cosas cada vez más pequeñas. Llegué a doblar una grulla en 5x5mm de papel”, cuenta. Su trabajo culminó con la exhibición “365 días de origami” en el 2016, en el Centro Cultural Ricardo Palma.
La pintura nunca había sido su medio, pero un día hizo un pequeño Van Gogh de origami y pensó que tenía que acompañarlo de “La noche estrellada”. La imagen, que publicó en su Instagram, fue compartida por el Museo Van Gogh, y el impacto de su trabajo comenzó a cambiar.





Fue entrevistada y comisionada por Vogue US. El pedido fue explorar una serie de bolsos clásicos: un Chanel 2.55, creado por la misma Coco en 1955, es reinterpretado por Ana Sofía en 3 x 2.5 cm. Para el invierno 2023 de Jimmy Choo, la artista fue comisionada para recrear un bolso Bon Bon 6 veces más pequeño que el real. Ha exhibido en París, Londres y Bruselas, como parte de las muestras “Small Is Beautiful”. Para ellas creó una vez una florería diminuta que le sacó lágrimas a su mamá. También expandió su gusto por las pinturas pequeñas, para las cuales usa un lente de relojero que le regaló su papá hace muchos años, y que no cambia por el cariño que le tiene. Y, por supuesto, a esa escala la mejor paleta resulta ser la uña de su dedo meñique.
En su casa, sus piezas se pueden sentir cómodas porque este es un hogar de detalles, de habitaciones que contienen varias historias, unas más pequeñas que otras, pero siempre con el tamaño suficiente para hacerte sentir algo grande.
