Palabras y fotos: Rebeca Vaisman
El barrio de San Pere, en Barcelona, es una pequeña porción de ciudad que se ubica entre los más conocidos El Born y L’Eixample: tiene una plaza con iglesia y calles tranquilas que están a un paso de la movida comercial, gastronómica y turística de sus vecinos. Es en este barrio que Marisol González Nohra ocupa un departamento que también parece un pequeño espacio escondido entre edificios, y que ella ha llenado de libros, música, plantas y memorias.






Marisol llegó a España desde Lima hace más de 20 años. Primero estudió en Barcelona, luego pasó cuatro años en Madrid viviendo y trabajando, hasta que volvió a la ciudad catalana. Se mudó a este depa (o piso, como le dicen en España) en el 2009, un año después del nacimiento de su hijo Luca.
La configuración del edificio es una especie de miniatura del diseño clásico de las casonas de L’Eixample de finales de 1800 y comienzos de 1900, con el patio cuadrado como corazón de la manzana. Marisol vive en el que seguramente fue el piso “noble”, y por eso aún conserva techos bastante altos por zonas y adornos como los rosetones de los dormitorios, en los que también queda el suelo hidráulico original, que se repite en la sala. En el resto de la casa, una reforma lo cambió por parqué, así como se bajó el techo del área social, seguramente porque era complicado restaurarlo.
Cuando Marisol llegó, el departamento ya estaba rehabilitado y ella solo tenía que decorarlo. Venían de un depa mucho más pequeño, así que sus muebles no valían para este espacio enorme en el que de repente se vio. Decidió llenarlo poco a poco, sin apurarse. Tal es así que empezó a hacer muebles por su cuenta. Aparecieron una estantería de madera reciclada con hierro y luego una gran mesa de comedor. Tras esas experiencias, Marisol pensó: “¿Por qué no hacer muebles y venderlos?”.






Es diseñadora gráfica y trabajó en publicidad y branding, pero siempre se atrevió a todo lo que estuviera en el campo estético, como ella misma explica. Le encantaba el diseño de interiores y de mobiliario, aunque nunca se había probado en ello. Fue después de la experiencia de armar este departamento que se animó. En los siguientes años, surgieron emprendimientos como Úsame, una marca de muebles y objetos hechos a partir de materiales descartados de construcción; y Revamp, un estudio de diseño e interiorismo con el que incluso asumió espacios integrales de residencias, hoteles y restaurantes.
A la par, tardó unos tres años en sentir que había completado su casa y aún así ha seguido en constante evolución. Su hogar refleja los cambios en la vida de Marisol: hacia el 2017 le quiso dar un giro, hacerla más personal para ella y su hijo. Piensa que los espacios hay que ir viviéndolos y sintiéndolos para saber lo que necesitan, y cuando sea el momento correcto, renovarlos. Renovarse.
“Mi sitio de trabajo era una habitación interna, luego fue el salón; entonces cambié todo de lugar y ahora trabajo en el comedor y a veces en la terraza, cuando hace buen tiempo. Me he ido moviendo por toda mi casa, creo que esa inquietud responde a mi necesidad de ser un poco nómade. Hace mucho me deshice del ordenador grande y trabajo en un portátil; inconscientemente siempre quiero estar en movimiento y no estar atada a nada, a ningún lugar”.






Su casa tiene distintos estímulos. Por un lado, está la riqueza visual que genera la mezcla de estampados y colores, los textiles, el arte. El departamento tiene varios tipos de luz: hacia el patio, se baña de una luminosidad natural y radiante que va oscureciéndose a medida que se avanza hacia la zona privada. En lugar de contrarrestarla, Marisol acepta la naturaleza de la penumbra y la enfatiza con tenues velas aromáticas. He ahí el siguiente distintivo de esta casa: su olor. Huele a citronela en la mañana para activarse; a lavanda para calmar; y a eucalipto que le encanta a Marisol y le ayuda con la respiración. Finalmente, la música está sonando siempre. Incluso mientras trabaja. No la distrae: por el contrario, la inspira.
Ver el patio desde el balcón es un descubrimiento emocionante. Semicubierto por una red de camuflaje de lona, no se puede ocultar la frondosidad de las strelitzias, las plantas de aloe vera, la higuera, los limoneros, las lavandas, la buganvilla, y más. La glicina que se enreda en el balcón duerme todo el invierno y florece en primavera. A Marisol le gusta ser testigo de ese proceso que se repite con muchas de las plantas de su patio, que se apagan o se encienden durante el año, y ella las deja ser. No necesita un jardín primaveral o tropical siempre, pues comprender los ciclos le hace bien.
Está pensando en meterse en temas de paisajismo, es algo que la llama mucho. Además de su estudio de diseño y branding, se encuentra armando un proyecto de taller de fotografía itinerante, The Portrait Project, que tiene mucho que ver con la forma de moverse de su mente, explica ella. Cada vez más le interesa asumir proyectos donde puede poner un sello personal.




De su primera mudanza de Perú conserva un torito de Pucará. Las plantas de aguacate que acaban de llegar a su patio le recuerdan a los desayunos peruanos de pan con palta. Tiene un cuadro del artista peruano Jorge Cabieses y un poncho cusqueño antiguo que encontró en Pisac, que algún día quisiera poner en una pared. Los viajes le fueron trayendo nuevas cosas: la hermosa máscara y las estatuillas sagradas de la India; los sombreros colombianos que una amiga le regaló y que Marisol colgó como adornos en el balcón, pero que sirven también por si alguien quiere bajar al patio y guarecerse del sol; las canastas y alfombras de Marruecos; los textiles y vajilla de Portugal.
Marisol ha creado una casa linda, cálida, que recoge sus sensaciones y los objetos que más le interesan. Aún así, ella tiene la necesidad de moverse. Una vez al año se va de Barcelona para pasar una temporada fuera. No son vacaciones, para nada: sigue trabajando, tiene una rutina. Simplemente, le hace bien vivir en otro lugar y sentirse igual en casa, porque alimenta su espíritu inquieto y porque la ayuda a no aferrarse a nada.
Cada verano europeo pasa una temporada en el sudoeste alentejano de Portugal. Se siente muy conectada con ese paisaje porque le recuerda a la costa norte peruana, específicamente a Los Órganos, donde creció desde los 7 hasta los 14 años. “Me marcó mucho el slow life y la conexión con la naturaleza”, recuerda Marisol. “En esa época añoraba la ciudad y los amigos, pero hoy me doy cuenta de cómo me ha marcado pasar tanto tiempo en estado contemplativo, ahora lo busco. La primera vez que llegué a esta parte de Portugal, hace 10 años, volví a sentir esa conexión que siempre había querido replicar”.







Le gusta recibir amigos en su casa. Incluso, ha alquilado su depa para filmaciones de películas, series y publicidad, llegando a recibir equipos de hasta ochenta personas. Ella no se pone aprehensiva. Cree que ha conseguido ser bastante desprendida en cuanto a lo material. Claro que tiene objetos irremplazables, pero no necesariamente son los que más dinero le costaron, sino los que representan un momento, un instante, que una nómade como ella entiende que no volverá. Porque todo cambia siempre y eso está bien.
