Palabras: Alejandra Nieto / Fotos: Hilda Melissa Holguín
“Me preguntó si iba a ser un nido o un colegio”, recuerda Edward Venero sobre el día que le indicó al pintor que cada puerta de su nuevo departamento sería de un color diferente. Diseñador gráfico, creador de la marca de moda VNRO y gestor de la carrera de Arte, Moda y Diseño Textil de la PUCP, este es el primer espacio que Edward concibe por completo.





El 2019 fue un año complejo para él. Le diagnosticaron cáncer y pasó por quimioterapia. También decidió que quería un perro y llegó a él Manchas, a la par que se mudó junto a Giancarlo, un compañero de piso que casi no conocía. “Estaban pasando tantas cosas que mi espacio personal no se sentía necesario del todo, sentía este depa como un lugar más de paso”.
Pasados los momentos más complicados, Edward se encontró pensando que era momento de volver a darle importancia al lugar donde estaba. Había vivido de forma independiente por más de 15 años, pero siempre en pareja o con compañeros. Nunca se había dado el espacio mental de crear un hogar solo para él, rodeado por todas las cosas que definen su estilo.
Cuando empezó su carrera en la moda aprendió muchísimas cosas sobre la marcha, creando en papel y luego descubriendo las dificultades de la producción tridimensional. Con este departamento asumió que no sería diferente: imaginar y ejecutar, incluso lo más retador. Con la ayuda de su amigo, el arquitecto de interiores Julio Holguín, empezó a trazarse una serie de objetivos que cualquier persona menos abierta a las complicaciones hubiera rechazado. Luego de dibujar todo lo que quería, le dijo a Julio, el arquitecto: “Destruye todo. Demuele todo lo que no quiero en casa. Demuélelo porque luego me voy a arrepentir”.




El departamento en sí mismo es exactamente lo que buscaba. En un edificio antiguo en el centro de San Isidro. No es grande pero sí espacioso y está lleno de luz, con ventanas amplias que lo atraviesan por completo de lado a lado. Además de los cambios a nivel muros, Edward repensó la distribución de los ambientes. El departamento estaba pensado para que el comedor reciba al que ingresa y esté más cerca a la cocina; Edward prefería llegar y ver de frente la sala, disfrutar del sofá junto a su perro Manchas tras un día largo de trabajo. Y está Giancarlo, además, con quien continúa compartiendo departamento, ya no por practicidad, pero sí por compañía.
La sala está definida por un sofá naranja en forma de media luna. Le gusta esa forma porque “una media luna casi no tiene fin”: cuando llegan invitados, todos entran en el gran sofá. Julio Holguín fue también el encargado de llevar esta idea a la realidad. Construyeron la curva perfecta con papel y luego Edward eligió el tono: naranja por un tema de sensación. Es de colores siempre saturados, nunca pasteles.
La mesa de centro, diseñada por el propio Edward, es otra historia. Se fue al centro de Lima con la misión de encontrar un oso de peluche gigante, de esos que se usan para actos de romanticismo cinematográfico. Encontró uno de patas que podían doblarse hasta lograr lo que él quería: una mesa de centro en la que el oso sostuviera el tablero y mirase al visitante desde atrás del vidrio. La mesa lleva dos semanas instalada y Manchas parece no tener interés en destruirla.



A lo largo del depa está su colección de arte en formación. Abel Bentín enmarcado en pan de oro; serigrafías que son regalos de sus alumnos y un cuadro central de Emperatriz Placido, quien también fue su estudiante; una escultura de Jorge Maita, de quien le atrae su exploración de los héroes y la peruanidad. Tiene un Mao de Alfredo Márquez, el lego diablada de Diego Lau (también su exalumno), un cuadro pequeño de Jorge Cabieses y papas de Restrepo. Entre todo, una firma enmarcada llama la atención: “Sé que nunca voy a poder comprarme una obra de Julia Navarrete, pero tengo esta pieza con una firma suya, así que enmarcarla y ponerla en mi pared termina siendo un chiste privado que me hace feliz”, explica.
Como cusqueño, Edward se sentía en la obligación de tener pan de oro en la casa, pero rechazó la oferta de su mamá de mandarle algo; no quería una última cena al estilo de la escuela cusqueña. En su lugar, encontró la obra de Alexandra Bornshorst: específicamente dos piezas donde retratos de huacas se ven intervenidos con pan de oro. Además, tiene dos obras de Andrea Venero, su hermana: “El nevado cálido” y “El nevado frío”.
La sala es también es espacio de plantas de las que él se encarga principalmente – “Giancarlo no puede tocarlas porque las mata”–. Todas verdes y sanas, menos una a la que Manchas insiste en morder. Mucho de la casa tienen que ver con el habitante de cuatro patas, pues “es también su casa y quiero que viva bien y se divierta”.




El comedor es pequeño, porque no son mucho de organizar cenas en casa, pero sí de usarlo siempre en lugar de comer en la cocina. La piedra que define la mesa es la misma que fue aplicada a una de las paredes. El muro estaba pintado de azul, pero Edward sintió que necesitaba una textura. Encontró la piedra perfecta, de tintes azules y sensación lunar. Tuvieron que desarmar su ventana para meter la plancha de piedra.
En la cocina pasó algo similar. Los cambios estructurales no fueron sencillos, pero sí claros. En lugar de tener una separación entre cocina y lavandería, tiene un espacio abierto y luminoso, que permite que Edward y Giancarlo cocinen juntos los domingos. La línea blanca está oculta y la luz natural que entra por la amplia ventana se refleja sobre el terrazo azul puesto en los reposteros que, por cierto, fue complicado poner en la parte superior pues su idea inicial no había contemplado la gravedad. Armaron el terrazo en una superficie plana y cuando secó lo aplicaron arriba. Una solución para todo.




El amarillo es su color favorito, así que lo quiso en su dormitorio. No solo la puerta es amarilla, también la visible división entre la zona de descanso y la oficina, que comparten esa misma habitación. Para que una mesa larga atraviese todo el espacio, se tuvieron que cambiar de sitio la puerta al baño privado y el caño.
Y sobre las puertas, la del baño de visitas es naranja, la habitación de Giancarlo es azul, así como la de entrada al departamento, una decisión que causó revuelo en la junta de propietarios. Edward sabe que las puertas azules protegen de los malos espíritus: las encuentras en todos lados, desde los Andes hasta Grecia. Su puerta, sin embargo, no es azul por historia o superstición. Es algo muy personal.


Edward fue alumno de Semiótica, jefe de práctica, colega y amigo de la filóloga Mihaela Radulescu. Cada vez que, durante un montaje, desfile, exhibición o cualquier otra actividad Edward llegaba a un punto cerrado en el que ya no sabía qué hacer, Mihaela le decía “píntalo de azul”. Coincidencias (o no) de la vida, ambos pasaron sus procesos de quimioterapia juntos. “Quiero que mi casa sea ese espacio en el que todo se soluciona, con un poco de azul quizás. Es un homenaje a Mijaela, que no sobrevivió su cáncer. Estoy seguro de que a ella le hubiese encantado ver la puerta así al llegar.”
